URBANIDADES
› Por Marta Dillon
Que la sexualidad de las adolescentes es tema de observación no es un gran descubrimiento. Y no sólo tema, sino oportunidad de observación para quienes gustan observar. Mirones, bah. Podría decirse que es un tema de preocupación para gran parte de la sociedad, no en vano se insiste sobre la educación sexual, el cumplimiento del plan de salud reproductiva, el embarazo adolescente, etc. Claro que últimamente –podría decir en los últimos ¿ocho? ¿seis meses?– la preocupación y la observación se traducen en una mirada escandalizada que retrata supuestos hábitos de ellas que incluyen a los varones de su edad como si fueran marionetas, simples testigos, extras en una película sin fin tan azorados como los mayores que los miran y las preguntan. Primero se hicieron cientos de notas sobre el desenfado con que las adolescentes se besan entre ellas, con el guión perfectamente escrito que indica que no son lesbianas, ni siquiera que estarían investigando con menos prejuicios, sino que lo hacen sencillamente porque quieren convocar las miradas masculinas. Y los chicos, entonces, dijeron: es que las pibas están muy zafadas. Ahora la novedad es que las chicas, otra vez, practicarían sexo oral por dos pesos, a cambio de que les hagan los deberes o para que les compren un trago. El énfasis puesto en la nota que leí el domingo –y que, como yo, habrán leído unas cuantas decenas de miles de personas– en el valor de la mamada –perdón por el término, pero así se dice en la calle– opacaba por momentos el hecho mismo de que las chicas, adolescentes de colegios caros según los testimonios, naturalizaran el intercambio de sexo y dinero. El problema era qué barato cobraban, hay opiniones que lo refrendan y aluden a la baja autoestima de estas jovencitas. Ni una palabra, ni una reflexión sobre qué podría haber influido en estas chicas para dedicarse como si fuera soplar y hacer botellas –vaya comparación– a conseguir que los chicos tengan orgasmos en su boca. Ni una palabra sobre la naturalización del poder adquisitivo de los chicos en desmedro del de ellas. Ni una palabra sobre la sexualidad, los hábitos de ellos. Ellos testimonian: “si no agarrás, sos un tonto”; ellos dicen que cambiaron tres veces de chica durante un partido de rugby y hasta que echaron a una chica de una escuela de San Isidro porque la encontraron practicándole sexo oral a un chico. De la sanción del chico no hay noticias, puede haber sido una omisión, pero nunca las omisiones son gratuitas. Tampoco hay una sola línea sobre las niñas que a diario son obligadas a prostituirse, cómo es que no hay vínculo alguno entre un universo y otro, cómo es que está tan naturalizado que el cuerpo de los varones está para ser complacido y sólo se trata de encontrar la oportunidad y el de ellas, reservarse o complacer. Cómo en ese sentido hay sorpresa frente a esta ridícula tendencia y no frente a las tapas de cientos de revistas que dicen cómo acariciarlos, cómo domarlos, cómo hacerlos gozar tanto que no te abandonen nunca. En fin, en la misma nota el editorial confiesa que hay quienes frente a este supuesto hecho del sexo oral por dos pesos agradecen tener hijos varones y quienes lamentan no haber nacido antes. ¿Qué se puede decir frente a semejante reflexión? ¿Serán los mismos hombres que leen esas revistas los que preguntan una y otra vez si las chicas son gauchitas para saber si postergan su deseo para complacer el masculino? Las preguntas siguen, la sorpresa también, pero no por lo que hacen o no las chicas sino por la extrema miopía con que se leen sus llamados de atención.
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