Conocía de memoria los requisitos y las trampas: algunos le proponían un book confeccionado por ellos para empezar a trabajar, pero el servicio fotográfico costaba doscientos pesos. Otros prometían ocupación sostenida aunque de entrada reclamaban un “coseguro”, otra centena que aseguraba la dedicación de las agencias en conseguir pasarelas.

A esta altura, el mundo de la moda (el otro, ése en el que las media y las top dejaban paso al banco de una reserva venida a menos) se le revelaba agotador y díscolo, sobre todo para ella, que con la casa y las ventas de productos cosméticos a domicilio le quedaba poco y nada de tiempo para ocuparse de la carrera de modelo que su hija adolescente se empeñaba en construir.

Por eso no observó como si se tratara de la última coca del desierto al aviso de apenas una línea arrinconado entre los pedidos del rubro 27, de productoras y telemarketers. “Chicas. Desfiles jeans” y un número de teléfono por todo indicio. Ella, la madre, se presentó con solvencia a una voz femenina y mascadora de chicle: –Llamo por el aviso. Qué más.

A propósito de la falta de tiempo: con Tatiana (la hija) compraron un cuaderno de espiral donde iban anotando las agencias transitadas, los castings para publicidades de gaseosas, los falsos pedidos de promotoras para “acompañante masculino” (más de una vez hubo que salir corriendo del supuesto domicilio laboral) y los verdaderos, de promotoras para “publicitar en la vía pública” con dedicación part time/ full time y remuneraciones de espanto. El extenso listado ayudaba a zafar de direcciones y teléfonos reproducidos en clasificados anteriores, pero con el tiempo y sin quererlo se había convertido en un decálogo de lo que no podía faltarle ni sobrarle a una aspirante a mannequin.

Voz mascadora de chicle: –Un momento.

–Hola, ¿cuántos años tenés? –suspiró un masculino, treintaypico entusiasta.

–No es para mí, es para mi hija Tatiana.

–¿Y cuántos años tiene Tatiana?

–Dieciocho (mentira, tiene 17).

–AaAaaahhh, 18 –repitió el masculino joven, y comenzó a recitar con amagues de bostezo lo que dio a entender que venía diciendo desde la mañana (ya era mediodía)–. ¿Vos cómo te llamabas? ¿Susana, no? Bueno, Susana, se trata de un evento de diseñadores jóvenes que va a realizarse en primavera, calculo que en una o dos semanas más voy a tener mayores detalles.

Hubieran venido bien los detalles, pero a cambio pidió, con un poco de calor, a esa voz que ahora le parecía “fina”, saber cuánto era la paga por modelar.

–Ah, no, no. Vos mandame un currículum de Tatiana y algunas fotos que tengas por mail, nosotros (¿quiénes?) evaluamos si da su perfil para este evento y después te contestamos. Como verás, hacemos las cosas en serio, somos diferentes de esas agencias truchas que te curran con la foto.

“Por fin”, pensó. Ahora sí que podía tachar sin culpa todos los garabatos del cuadernito de espiral y decirle a Tatiana que diera nomás rienda suelta a sus ansiedades. “Esta vez se da.”

–Disculpame, ¿y cuánto mide Tatiana?

–1,75, ¿está bien?

–¿Y cuánto pesa?

–Eeehh... 65, creo.

–Mmmm. ¿Y qué medida de pantalón usa?

–Ay, no me acuerdo. El mes pasado se compró uno que creo era large.

–¿Large?

–Sí, no recuerdo si tenía una L, un 42 o un 44.

–Sí, sí, pero ¿sabés qué?, buscamos chicas que midan un máximo de 38 o 40 de pantalones, ¿me entendés?

–¡Pero si ésa es la medida de la hermanita de Tatiana, y tiene 14 años!

–Lo lamento, pero la idea es una línea estilizada de chicas para la próxima temporada. De todos modos, mandame la foto de tu chica y cualquier cosa te contestamos.

Susana colgó el tubo del aparato con la pesadumbre de volver atrás dos casilleros, y manoteó la birome: tenía que advertirle a su hija sobre las medidas corporales que se venían con los primeros calores si es que aún deseaba conseguir un puesto de modelo.