EN EL CORREO
De: Silvia
Asunto: Una apuesta al individualismo, la publicidad de hoy.
Primero quiero contarles que ya desde hace algún tiempo me siento agobiada por los mensajes que llegan mediante las distintas publicidades de TV y de radio. Generalmente escucho la radio y si bien uno tiene la sensación de no ser tan invadido como ocurre con las tandas de la tele, de todas maneras llegan mensajes de lo más extraños. La semana pasada escuché una referida a un medicamento que excedió mi capacidad de asombro, me indignó. Es así que me dije: “Escribiré algo con relación a esto y le daré curso”.
La publicidad comienza con un inequívoco sonido. Se trata de un serrucho en acción; cortando madera, serruchando el piso. La primera que escucho –escuché dos diferentes– pone en escena a un muchacho que, atendiendo un llamado telefónico destinado a su amigo enfermo, le dice a la virtual interlocutora: “Fulanito está enfermo. Bah, yo creo que no quiere atenderte, pero, decime, ¿vos sos el bombonazo que conocí en la plaza el otro día...? Dame tu número”, suenan serruchos de fondo y el locutor recita algo acerca de lo cruel y competitivo que es el mundo hoy. Tomá Fulgrip, no te enfermes, no faltes, tomá cadorna y ¡al ruedo!
La segunda –siempre con orquesta de serruchos– intenta mostrar qué pasa en la oficina cuando uno falta. Dice el jefe: “¿Y zutanito?”. Y el compañero responde afilando sus garras: “Ah, no vino, pero acá estoy, digo si necesita alguien que nunca le falle...”.
Una conclusión: ¡no largues la silla jamás! Ya teníamos otras publicidades de aguas mágicas y medicamentos que nos alertaban acerca de lo terrible que es no llegar a cumplir con las exigencias que impone la “vida de hoy”.
Otra inquietud: ¿no era que la publicidad utilizaba mensajes subliminales? No encuentro más las sutilezas. Entonces, ya sabíamos que el día tenía más horas que las que podíamos soportar y la tranquilidad de que el mercado se había ocupado de darnos la solución en pastillas para variar contra el cansancio (obvio que también contra la gordura, la vejez, etcétera). Pero en la publicidad que cuento encuentro algo novedoso, al menos para mí: ahora no sólo tenés que cuidarte para rendir más, tenés que cuidarte porque “el otro” estará ahí para darte la estocada y ese otro no es ya la corporación, el mercado, el jefe, el enemigo declarado, el obvio. Ese otro feroz que quiere aniquilarte es ni más ni menos que tu semejante: tu amigo, tu compañero de laburo.
Me pregunto si estos mensajes, al insistir, tallan y finalmente se incrustan, ¡se naturalizan!
¿Qué es la libertad? Tal vez siguiendo esta línea es no dejarse gobernar por este mercado que no nos quiere dejar descansar, envejecer, engordar, constipar, perder pelo, energía. ¿Qué es ser sometido, si no?
Finalmente, ¿puedo pensar que con ese compañero puedo unirme para pensar en defender nuestros derechos laborales, por ejemplo? ¿Dónde está el lobo? ¡Qué soledad la posmodernidad!
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