Vie 13.01.2006
las12

DICCIONARIO DE GRANDES MUJERES QUE LA HISTORIA OLVIDó

Las hermanas Legrand (auténticas inventoras del cinematógrafo)

El libro que aporta la respuesta justa para aquella clásica pregunta: “Y, a ver, decime vos, ¿las mujeres lo qué inventaron?”

La historia del cine, como la de todos los grandes inventos de la humanidad, está atravesada por malos entendidos, robos aviesos y, sin excepción, por el sometimiento de alguna pobre mujer. Por partida doble, es éste el triste caso de las hermanas Legrand, primas hermanas de los hermanos Lumière y tan desconocidas como pioneras. Mientras la historia oficial pierde páginas preciosas discutiendo si el Séptimo Arte fue una creación del americano Thomas Alva Edison o de los franceses Lumière, las auténticas responsables de esta maravilla, las blondas Agustina y Louise Legrand (Ville Cagnàs, Martinica, 1868-1956), descansan en una fosa común, mezcladas entre rollos de celuloide. Así de negro y triste es el olvido.

Manuscritos hallados durante el transcurso de una de las últimas expediciones que Jacques Cousteau hiciera con su “Calipso” por los mares del Pacífico devolvieron a las hermanas su justo primer plano, y determinan su inclusión en este diccionario: en una botella de caipirinha –bebida a la que los Lumière eran afectos– aparecieron condensadas las memorias de gran parte de la historia del cine universal.

Las jovencitas Legrand pertenecían a la rama más pobre de la familia Lumière. Como las Brontë, al no gozar de la educación de sus primos varones, debieron ofrecerse para el servicio doméstico de familias acomodadas. Subyacía, a esa necesidad, una paradoja: desde pequeñas, las mellicitas soñaban con convertirse en estrellas de cine, aun cuando sus padres no se cansaban de advertirles que todavía no se había inventado. Para escapar a una segura condena a la oscuridad, huyeron hacia la luz: se emplearon como domésticas en la casa de un tal Edison, conocido por tener la casa llena de lamparitas encendidas y por la manía patentativa (tenía la compulsión de patentar máquinas antes, en verdad, de inventarlas). Las hermanas, a la luz de Edison, llevaron a cabo sus experimentos para alcanzar su meta estelar; empezaron con ollas y sartenes, hasta que por ensayo y error dieron con el kinetoscopio. Edison lo patentó; pero ellas lograron huir con el secreto de lo que vendría: la verdadera máquina de crear imágenes en movimiento. El tradicional amor por los primos hizo el resto: arribaron a la mansión Lumière, donde ellos, lejos de protegerlas, raptaron los planos del prototipo que cambiaría la cultura de masas en el siglo XX y el destino de las Legrand, y, no conformes con eso, se alzaron con la virginidad de las blondas. Indignadas por lo primero y agradecidas por lo segundo, huyeron a la campiña francesa con un nuevo proyecto: el lector de dvd.

La rancia Europa jamás quiso reconocer a estas pioneras. Tuvo que ser en un país al sur del mundo donde un oscuro productor cinematográfico vio en dos jovenzuelas de provincias la posibilidad de hacer un homenaje a las adelantadas. Recién entonces, aunque por interpósitas personas, aquellas hermanas Legrand vieron cumplido su sueño de ser estrellas de cine.

El resto, hoy es historia conocida.

El presente texto es un adelanto exclusivo del Diccionario de pronta aparición en español.

Traducción del japonés: Nené Valliola.

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