TRAVESTISMO TRASH
› Por Naty Menstrual
El otro día estaba nerviosa, ansiosa... y generalmente cuando me pasa eso suelo buscar como salida fácil y cobarde el sexo descartable. Y bueno... es un recurso más barato que la terapia y según dicen sirve para mantenerse alejada de la histeria y quemar grasas. JURO QUE LO LEI. Decidida me fui hasta el Once, al cine que está al lado de la bailanta, dispuesta a perder por enésima vez mi vapuleada virginidad. Por supuesto el panorama era bastante desalentador, en esos lugares salvo raras excepciones los tipos como Brad Pitt no entran. Di unos yiros de rutina mostrando mis atributos y divisé algo que me interesó.
Había un chico de unos 22 años sentado en el medio de la tercera fila de butacas cerca de la pantalla, muy emocionado carnalmente con las imágenes de la película, observado por supuesto por varios tipos entrados en edad, con actitud babosa de buitres en el desierto, calculando la distancia de la presa que agoniza en la arena caliente sin poder hacer más que esperar... lindo chico, raramente machito. Saqué los colmillos afuera en actitud vampírica dispuesta a libarle sus elixires, me hice la tonta (que más de una vez me sale tan fácil) y me senté en la butaca de al lado. Encendí un cigarrillo, lo miré, me miró, le hablé:
–¿Tenés ganas de hacer algo?
Amablemente contestó:
–Me gusta mirar la película, estoy en mi mambo. ¿Sabés qué pasa? Soy medio loquito dicen, no sé qué me pasa, estaba internado en el Melchor Romero porque casi mato a uno y me escapé...
Yo pité el cigarrillo demasiado de golpe y me atraganté con el humo. Le dije que estaba todo bien, que lo entendía y no me alcanzaron las patas para sortear las butacas que me separaban del pasillo.
Detrás de la última fila donde hay unas maderas altas que forman unos cómplices y eróticos recovecos se veían cuerpos medio desnudos retozando de lo lindo cual Lady Godiva en su paseíto a caballo. En los baños las puertas cerradas cual habitaciones de telo separaban a las parejas que preferían un poco más de intimidad del resto de los que transitábamos las salas. En el suelo preservativos, pedazos de papel higiénico y vaya a saber que extrañas especies de moluscos. De ser un lugar iluminado más de uno hubiese salido corriendo al ver las dudosas condiciones de higiene del lugar donde nos entregamos a los zigzagueantes latigazos del amor casual.
En un microsegundo mi cabecita pensó en ese chico que había visto recién, el loquito que saciaba su desesperación y su soledad con gemidos artificiales de una película porno... en los varones gays que ya estaban pasados de edad para darse el lujo de salir de cacería a la luz del sol, en un mercado de carne joven en alza cada vez más salvaje... en los maridos y los novios resguardados en esas paredes (de dudosa seguridad) de las miradas de sus dueñas... en los hijos de las madres que no saben dónde andan... en los empleados que no dicen, para que no corra riesgos su situación laboral, y en tantos más... un recinto donde nada importa más que lograr eyacular... ¿Dónde vive? ¿usted quién es?... y pensé por supuesto en mí... juro que mucho más en mí. Me sentí algo aliviada, más acompañada, pero no dejé de pensar que entre esas paredes, en un piso de arriba donde todos fuman (me incluyo) sin restricción y nadie controla nada para no espantar a tan distinguida clientela que deambula con su doble vida en la oscuridad, había algo que corría más peligro que mi moral... y eso era mi seguridad. Salí silbando bajito, crucé la plaza y me compré un superpancho para saciar mi hambre fálica y me senté en un banco de cemento, miré el cine de lejos y pensé...
–Qué loco che... cómo se vive... cuánta inseguridad... si se llegan a enterar esta vez, ¿a quién destituirán?
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