Vie 22.12.2006
las12

VISTO Y LEíDO

Oídos bien abiertos

› Por Liliana Viola

Ser una diosa. Una mujer divina en la Tierra
Ricardo Coler
Editorial Planeta
210 páginas
$ 29

Ricardo Coler se ríe de los turistas argentinos en Katmandú que van tomados de la mano y hablando fuerte, convencidos de que dieron por fin con la sustancia y el espíritu. Se ríe también de los exploradores rubios y nórdicos que escriben prestigiosos libros sobre las culturas remotas sin haber conversado jamás con un nativo; enormes investigaciones comandadas por teléfono desde un cuarto de hotel. Dan risa los guías, los que venden estampitas, los hippies de los ‘60 que regresaron vencidos a sus casas confortables luego de haber provocado que se prohibieran las plantaciones de marihuana, tradición en Nepal. Periodista y fotógrafo, Ricardo Coler se ríe de sus propias pretensiones de periodista y fotógrafo. De su valija en la que ha puesto un traje supuestamente oriental que en nada coincide con la ropa que se usa allá —pantalón y camisa— y sobre todo se ríe de su principal objetivo: ir a Nepal por dos días, conseguir una entrevista con la última diosa que queda en este mundo, verla, ¿y qué? Volverse con algo increíble para contarles a sus nietos.

Y es entonces cuando nos damos cuenta de que ya hemos avanzado en el viaje hasta casi la mitad de su libro y todavía no ha conseguido la entrevista con dicha dama. Justo entonces se produce el encuentro. ¿En eso consisten los milagros? La historia fascinante comienza con la creencia de que una diosa penetra en un cuerpo femenino y lo habita durante un tiempo. La elegida en cuestión recibe el trato, la deferencia y las interdicciones que corresponden a una deidad. Cuando la diosa abandona su cuerpo, la chica vuelve a su hogar e intentará habituarse a la vida corriente. Si bien aquí no hace falta una Anunciación para recibir la visita divina, hay toda una ceremonia para detectar cuál será, entre varias postulantes, la del cuerpo hospitalario. La diosa huirá ante el primer sangrado, ya sea de menstruación o de accidente. La diosa, por lo tanto, siempre se aloja en una niña. El autor consigue dialogar con ella, preguntarle lo más obvio, que resulta a la vez lo más difícil de responder. Habla también con su madre y con otras mujeres que alguna vez fueron diosas.

Muchos años atrás, la periodista italiana Oriana Falacci le hacía una entrevista extensa, comprometida e inútil a Jomeini, donde lo único que quedaba demostrado era la esterilidad de todo intento de superponer idiomas y presupuestos. La conversación con la diosa es más breve, tal vez más liviana y sobre todo mucho más consciente del peligro de los dogmas. Lectoras y lectores, tal como en el futuro lo harán los nietos de Ricardo Coler, escucharán atentamente sus anécdotas y vislumbrarán que escuchar puede resultar mucho más inteligente que sacar conclusiones.

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