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Viernes, 26 de enero de 2007

VISTO Y LEíDO

No en mi nombre

 Por Liliana Viola

Anne Rynd
Himno
Editorial El Grito Sagrado
169 páginas

Nació en San Petersburgo en 1905, aprendió sola a leer a los seis años, decidió ser autora de ficción a los nueve, apoyó a los 15 la revolución burguesa contra el zarismo y repudió la revolución bolchevique a los 18. A los 21 consiguió un permiso para salir de Rusia y se fue a Nueva York. A los pocos meses comenzaba a buscar trabajo como guionista en Hollywood, al segundo día de estar allí actuaba como extra en Rey de reyes y tenía 27 años cuando firmaba el primer contrato por su guión con la Universal Pictures. Su primera novela fue rechazada por más de diez editoriales, hasta que en 1943 publicó The Fountainhead (El manantial) que fue llevada al cine con Gary Cooper como protagonista (Uno contra todos). Desde que en 1957 La rebelión de Atlas fue publicado, en Estados Unidos sus novelas y ensayos no han dejado de editarse.

No se sabe exactamente en qué momento de todo este periplo Anne Rynd –que en el trayecto abandonó para siempre su nombre de origen, Alissa Rosenbaum– comenzó a gestar, absolutamente sola, una corriente filosófica conocida hoy como el “objetivismo” que ella prefería denominar “una filosofía para vivir en la tierra”. Defensora del individuo y de su libertad, contra todo colectivismo y contra toda fe puesta en un ser superior llámese dios, raza pura superior o Estado, esta escritora rusa, judía y norteamericana por opción, construyó sus ensayos y novelas convencida de que “no hay diferencia entre comunismo y socialismo, excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final: el comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza, el socialismo mediante el voto. Es la misma diferencia que hay entre asesinato y suicidio”.

Este es el espíritu que recorre las páginas de Himno, ficción que transcurre en el futuro, cuando los seres humanos bajo la tutela del colectivismo han perdido la palabra yo, dominados por el bien común se han convertido en nomenclaturas sin deseos. Alguien descubre parte del pasado y también la voz de su propio yo dormido que lo impulsa a escribir este himno, a buscar su destino y a burlarse de las leyes. Rynd, antes –aunque no mejor– que Orwell en su novela 1984 lleva al absurdo las locuras de una humanidad que, en pos del bien de todos, diseña con autoritarismo un presente infeliz. El día de su muerte en 1982, Los Angeles Times publicó en su editorial: “Dentro de mil años se recordará un solo nombre del siglo XX por haber sido, en la forma más sorprendente y positiva posible, el único cerebro que tuvo un pensamiento filosófico original en este siglo: Anne Rynd”.

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