Viernes, 2 de marzo de 2007 | Hoy
VISTO Y LEíDO
Por Liliana Viola
Sara Gallardo
Eisejuaz
Sudamericana/Clarín
147 págs.
Extraña escritora, Sara Gallardo. En primer lugar por lo extraño que resultó durante tanto tiempo encontrarse con sus libros que por suerte apenas comenzado este siglo volvieron a editarse. En las librerías de Corrientes se pueden hallar ahora El país del humo, de Alcion editora; Narrativa completa en cinco tomos de Emecé; Los galgos, los galgos, que editó El elefante blanco; Eisejuaz, de la Biblioteca de Clarín, y algunos otros.
Su origen patricio, su carácter viajero, sus colaboraciones en el diario La Nación, las amistades comunes y su condición de mujer no lograron emparentarla con otras autoras de la misma generación como Silvina Bullrich, Martha Lynch y Beatriz Guido. Ellas retrataron la atmósfera de su tiempo y clase, y promediando la década del ’70 resultaron premiadas con el milagro del best seller. Sara Gallardo, en cambio, se mantiene incluso hoy a casi 20 años de su muerte, como un secreto a voces.
Guiada por el horror de ofrecer “una mirada de mujer”, se colocó siempre detrás o por encima de sus personajes masculinos sin por eso pretender tampoco un retrato de la condición de varón. Afuera quedaron las mujeres subsumidas, las audaces o las otras; tampoco están sus hombres. El problema para Sara Gallardo siempre está en otra parte. Con el espanto hacia el aburrimiento y a la facilidad, emprendió varios géneros, incluido el infantil, y escribió novelas muy diferentes entre sí.
Eisejuaz es tal vez la demostración más extrema de la costumbre de Sara Gallardo de imponerse problemas. La historia de un indio mataco que escucha o cree escuchar una voz divina no está encarada con pretensión de indigenista ni con la misericordia o el asco disimulado del extranjero. Gallardo pone toda la tensión del relato en manos de su personaje, que es el encargado de contar lo que ve, lo que siente, lo que espera y lo que va a hacer. El idioma del indio no tiene punto de contacto con el habla verdadera del norte ni con la imaginada y, sin embargo, a medida que avanza el relato, ésa se aparece como la única lengua capaz de hacer avanzar la lectura, aunque detrás seguro esté esperando un punto incierto. Eligió un tema árido, eterna deuda de la literatura fundacional argentina para con sus habitantes primeros, y eligió a su vez un personaje tan tenaz como parco. Con estos materiales, incluida la mística con la que la religiosidad cristiana se enreda en la vida cotidiana del indio, Eisejuaz es una apuesta lingüística y en nada se parece a lo que la literatura dio cada vez que fue a buscar algo en territorio ajeno y lejano.
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