Vie 13.04.2007
las12

VISTO Y LEíDO

Lo que importa es el tamaño

› Por Liliana Viola

El elixir de la muerte
y otras historias con venenos
Raúl Alsogaray
Siglo Veintiuno Editores
127 páginas

Las historias apasionantes que produjo y seguirá produciendo la toxicología deben mucho de su encanto a lo que dice una vieja máxima de Paracelso: “Lo que mata es la dosis”. Paracelso, como tantos otros médicos, incluso de la actualidad, utilizaba arsénico con fines medicinales.

A partir de tal premisa queda abierto un espectro muy amplio que alberga investigaciones científicas, recetas de cocina, experimentos de farmacología y, por supuesto, al difícil arte de fabricar y administrar veneno.

Este interesante libro que se integra a la colección de divulgación científica –Ciencia que Ladra– propone un recorrido por las paradojas de la toxicología a través de una serie de casos puntuales que parecen robados del género policial, del cine catástrofe y también de un libro imaginario que contiene las preguntas que durante siglos no pudieron hallar ninguna respuesta.

Los primeros venenos fueron alimentos, animales, plantas, hongos, que las personas comieron felices, desconociendo sus efectos. A partir de que esa caja de Pandora se abrió, el mal ha utilizado venenos para embeber puntas de flechas, manjares para reyes, brindis y scons. No siempre por malicia, muchas veces por error –como es el caso del uso del DDT o la talidomida–, las sustancias y sobre todo sus dosis dieron vida y muerte a muchas personas.

En el siglo XVII, el arte de envenenar llegó a ser prácticamente una profesión donde muchas mujeres se destacaron y dejaron sus nombres para la posteridad. Es comprensible que muchas encontraran en el veneno su razón de ser y, sobre todo, de hacer que otros dejaran de estar: el escaso entrenamiento en la violencia, incluido en este rubro el uso de armas, dejó a las señoras en un lugar de indefensión que en pocos pero famosos casos tuvo en el arte de envenenar un buen atajo.

Pero no todas las damas de este libro son villanas: muchas han sido víctimas de la dosis, la fermentación o los vapores. El autor señala, por ejemplo, el caso de las brujas de Salem, que muy probablemente debieran su estado de enajenación al haber ingerido un pan fermentado. O el caso de las sacerdotisas de Delfos, que tantas tragedias trajeron al mundo griego debido seguramente a que la cámara del oráculo estaba erigida sobre depósitos de hidrocarburos. La euforia, la sensación de flotar y la capacidad de responder a preguntas extrañas venían del etileno, un gas de olor dulce que se ha usado también como anestésico.

El rey de los venenos, el arsénico, la cicuta, el polonio y también la serpiente que prefirió Cleopatra son algunos de los recursos que explora con sentido del humor El elixir de la muerte... Quien esté en busca de un atajo, abstenerse. Este libro no da recetas.

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