Vie 20.04.2007
las12

VISTO Y LEíDO

Ella robot

› Por Liliana Viola


Esther Cross
Radiana

Editorial Emecé
$ 27.-

Una novela construida en el centro mismo de la confianza ciega. A comienzos del siglo XX la ciencia y, la técnica sobre todo, se habían apropiado de las promesas que la religión demostró no poder cumplir. Las soluciones mágicas –tónicos para recuperar el cabello, para adelgazar, para verse más joven– irrumpen con la fuerza del mercado y de la propaganda en los salones que aún conservan el ritmo y las maneras del siglo XIX.

Cross muestra, impávida, la combustión entre la confianza ciega y la ciencia precaria que hace que los personajes pierdan las manos, la silueta, la cabellera y hasta la vida, aunque jamás el amor, entendido aquí como mirada furtiva, conversaciones ante un álbum de fotos, entre tacitas de té y cartas por demás formales y educadas.

Radiana es el nombre del robot que construye uno de los protagonistas, aunque no se puede afirmar que sea el único robot de esta historia, ya que todos actúan aquí con movimientos mecánicos y descifran las complicaciones del mundo con esa clave.

Los personajes de esta novela suspendida por encima de la realidad parecen recién robados de alguno de los museos de Felisberto Hernández: una pianista educada por su madre para ejecutar una sola pieza, un inventor dedicado a construir un robot que cambiará el destino de la humanidad, un sirviente que al ser despedido intempestivamente se gana la vida como modelo de un farsante inventor de novedades, una mucama que con su tos inoportuna deja a la pianista privada de su don, un coleccionista de huesos, una mecenas entrada en carnes y una muerte trágica y romántica.

Gótico y satírico proyecto que podría haber caído en el ridículo, en el tedio o en cualquier otro pozo, si Cross no hubiera logrado inventar ella misma un lenguaje especial y algo mecánico, con frases cortadas, sintaxis alterada y amaneramiento. Con Frankenstein riéndose a sus espaldas, la narración se estructura a la perfección, como aquellos primeros juguetes que se movían sin ayuda de cuerda o empujones, y Cross consigue llevar a cabo un encantador delirio.

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