Vie 15.12.2006
las12

LA VENTA EN LOS OJOS

A jugar que se acaba la infancia

› Por Luciana Peker

Las uñas postizas violetas salen de la pantalla de un canal infantil en las manos de una nena rubiecita aprincesada (¡ay!, en donde más que princesitas quieren fomentar Pradonsitas) y da impresión. El marketing fomenta una cultura de nenas híper sexies o jugando a sexies que va más allá del juego. Las expone, las fogonea, las incentiva a volverse minimujeres con mini-mini faldas que llevan en su cola el mote sexy. Pero las nenas no son mini-nada. Son nenas. Y su hipersexualización tampoco es juego.

Por eso, la primera impresión ante la nueva tanda de Fanta Light en donde se ve una serie de juegos de la infancia –una chica esperando a un chico en una casita en el árbol, un chico y una chica jugando al doctor– da impresión. Da impresión la idea de sexualizar –y no es que los nenes y nenas chiquitos no tengan sexualidad, sino que en la propaganda lo que se ve es el obvio preludio de lo que no se ve pero es sexo– a los juegos de la infancia, con el eslógan El juego cambió, cambiá a Fanta Light. Sin embargo, vamos a permitirnos ir más allá de la primera impresión –una cosa es tener principios y otra, dictaminar antes de pensar sólo por tener principios– y volver a mirar esta publicidad que explicita la sexualidad adolescente. ¿Está mal que se usen juegos infantiles como decorado de la sexualidad adolescente o está bien que se avance en mostrar la sexualidad adolescente con una connotación de crecimiento y diversión? “El juego es una actitud lúdica ante la vida que atraviesa todas las edades. El juego tiene el poder de traer diversión a las tareas cotidianas. Juego es imaginación, celebración, avance”, explica el contenido de esta campaña Victoria Casano, gerente de Marca de Fanta, una bebida, básicamente, de chizitos y piñatas. Por eso, esta versión menos calórica está dedicada a chicos y chicas más grandes que cambian sus juegos infantiles por nuevos juegos sexuales.

Desde esta visión, es positivo que este mensaje muestre algunas cosas que la sociedad suele ocultar: 1) los y las adolescentes tienen sexo (verdad irrefutable que los publicistas conocen, pero que, muchas veces, los legisladores, padres y médicos olvidan). 2) El sexo no es un cuco del que sólo hay que cuidarse (la educación sexual, cuando se permite, es porque el sexo trae males peores, pero vade retro a la idea de enseñar a disfrutar del propio cuerpo). 3) Se puede seguir jugando después de la infancia y el sexo –más que pecado, cuco, placer cool o mandato moderno– es juego.

No está mal que los adolescentes se diviertan, que sepan que mirarse es la primera parte (y no necesariamente la última) y que la sexualidad también es un juego que va más allá de los 30 o 15 o 60 minutos de abrakadabra. Eso sí: mientras la publicidad muestra que los chicos dejan atrás sus juegos infantiles, pero siguen subidos a la copa para tener sexo allá arriba (no es casual porque es ahí nadie los ve) o en el mismo cuarto donde antes jugaban con un compañerito/a de jardín al doctor o a las muñecas, muchos, todavía, y todavía a pesar de la ley, no saben que los adolescentes además de jugar –o para poder jugar tranquilos– pueden ir a cualquier hospital o centro de salud a preguntar por ese cuerpo que pide juego. Y que tiene derecho a jugar.

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