LA VENTA EN LOS OJOS
› Por Luciana Peker
Ni aunque me vengan a buscar los marines salgo de mi casa sin perfume”, decía Cristina Fernández –cuando su apellido de soltera era más conocido que su apellido de casada–, en la revista Para Ti, en una entrevista realizada en el 2001, cuando Cristina era conocida como diputada y no como la primera senadora de Néstor Kirchner. El título mostraba la condición de coqueta –ese adjetivo añejo con aroma a colonia de niñas– de Cristina. A ver: a Cristina siempre le importó verse bien. O bien, según para lo que ella es bien, pero –como sea lo que sea su delgadez a prueba de no probar chocolates, su opción por los colores fuera de protocolo o sus pestañas recargadas de rimmel– el punto es que Cristina es así. Igual que ella, miles de arquitectas, diseñadoras, actrices, abogadas, periodistas, camareras, oficinistas, vendedoras y azafatas son así: arregladas, producidas, pilcheras... coquetas. Pero Cristina no es una más, sino una precandidata en danza a la presidencia. Hay muchas razones para criticar a Cristina. Incluso, que a pesar de que su nombre ya es sinónimo de una posible sucesión presidencial femenina, ella siempre –y aún hoy–- desestima las causas que buscan igualar los derechos de varones y mujeres y su avance no es –ni ella quiere que lo sea– gracias al avance de otras mujeres ni parece abrir la puerta a más avances de las mujeres.
Sin embargo, a ella la atacan por su condición de mujer y la atacan con los mismos prejuicios sobre las mujeres que sufren otras mujeres como ella. La revista Noticias publicó un aviso –también ganador del Gran Prix de Oro del premio Clarín a la Creatividad– en el que la foto de Cristina aparece marcada con esas flechitas que actúan de daga sobre los efectos corregibles (o corregidos efectivamente) del rostro de Cristina, con el lema “Con los grandes avances en cirugía estética, muchas mujeres lograron sacarse 10 años. Sobre todo los comprendidos entre 1989 y 1999”. La revista Noticias tiene un enfrentamiento con el Gobierno sobre el manejo de la publicidad oficial en el que cuenta con mejores argumentos que la levantada de párpados de Cristina.
En cambio, la gráfica lo único que marca es que la imagen de las mujeres es sobre lo primero que se habla –y sobre lo primero que se ataca–- cuando una mujer tiene poder o pretende tenerlo. El mejor ejemplo de esa obsesión es el de otra mujer –contrincante de Cristina– que impuso –al menos como proyecto– la palabra presidenta: Elisa Carrió. A ella también, los medios la criticaron, primero por gorda y despeinada, y después por adelgazada y escotada. El avance de las mujeres –de las que le prestan atención a su imagen y de las que no– es que de las mujeres lo único –y mucho menos lo primero– que importe no sea la imagen. Hacer blanco en la cara, la belleza, las arrugas o las cirugías de una mujer es lo mismo. Es hablar siempre sobre lo que muestra su cara y su cuerpo. Y no sobre lo que hace, dice o deja de decir o hacer. No falta qué decir sobre Cristina.
Falta imaginación y nuevos rumbos para que una precandidata no sea –ni deje de ser– Miss Argentina, sino una posible –o no– presidenta. Periodismo independiente no es sólo ser independiente de los gobiernos, las empresas, la Iglesia y las influencias de turno, sino, también, de los prejuicios de siempre. Por ejemplo, el machismo.
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