LA VENTA EN LOS OJOS
› Por Luciana Peker
Una compañera de trabajo aprieta el gatillito rojo –la excusa para pararse y prepararse un café– del dispenser y tira el agüita con humo sobre la cara –con anteojitos y todo– de su coequiper de oficina. Una novia recibe a un novio –entusiasmado, romántico y hasta con flores y todo– en la puerta de la casa, de entre casa (con anteojeras desestresantes en forma de vincha) y las flores terminan deshojadas en la cabeza del novio (¡pobre novio!). La chica no le da la mano al chico en el cine ni pone la gaseosa en el apoya vasos de la butaca, sino que acomoda la gaseosa en la cabellera del caballerito. Una mujer cierra con furia la puerta del auto. Y hace doble: se va, vuelve y vuelve a cerrar la puerta del auto. Una clienta ataca con un vendaval de prendas mal calzadas a un vendedor que sólo atina a recibir el malón. Una mujer choca un auto, lo vuelve a chocar y sale andando con partes del auto chocado colgando. Una vendedora de comida rápida atraca la mano de su cliente que le quiere pagar su Mccomida del día.
Las mujeres tienen un día de furia. No un día cualquiera, sino uno de “esos” días. “Cuando les duele a ellas nos duele a todos”, dice la propaganda, dicha por un locutor varón, de Anaflex fem, el calmante femenino que vende calma diciendo que la menstruación aloca a las mujeres y –lo peor– que si nosotras nos alocamos cobran ellos.
Es insinuante que en tiempos donde la violencia hacia las mujeres crece, la publicidad e incluso la tele –Mujeres asesinas, como ejemplo– no pare de mostrar a mujeres violentas. Mientras que los varones –en este spot titulado claramente Insoportables– permanecen con cara de “¿Quién entiende a las mujeres?” sin hacer absolutamente nada (ni siquiera el señor al que le chocan el auto), con cara de tontos, resignados o compungidos. Mmmmmmm.... A la vez que sus mujeres son neuróticamente violentas.
Según la mirada social que retrata la publicidad, la violencia de “esos días” es inexplicable. Tal vez sí sea cierto que las hormonas cambian, que las diferencias –de días y de género– existen y que los ciclos menstruales exacerban sensaciones que la culpa, la vorágine o los mandatos de pasividad tapen. Pero eso no quiere decir que las mujeres seamos monstruosas criaturas brotadas de sangre y odio. Incluso, revisando las imágenes publicitarias una puede pensar: ¿y si ese hombre del auto la insultó...? ¿Y si el marido la traicionó...? ¿Y si el comprador de hamburguesas le ofreció plata para acostarse con ella...? ¿Y si el chico de las flores le pidió que no se vaya de viaje a Bariloche? ¿Y si el vendedor de ropa le recomendó que vaya a una casa para señoras fuera de batalla...? ¿Y si el compañero de oficina le robó una idea para presentársela él al jefe? No se trata de que la violencia pueda –siempre– justificarse –o recomendarse– pero una cosa es que las mujeres estallen por locura propia –como muestra la publicidad– y otra es que tengan bronca. Para rematar, “Anaflex” termina con una adolescente que se traga la perlita y es convertida en animación dibujada.
Aunque no es ella, sino la imagen de las mujeres la que queda desdibujada por este comercial.
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