LA VENTA EN LOS OJOS
› Por Luciana Peker
El aire se entrecorta y el cuerpo habla por suspiros que prefieren espaldas u orejas. El aire se vuelve huracán, fuego, marea o agua y el cuerpo quiere abrazarse a la sed del deseo. El cuerpo es un imán en busca de su plural y los cuerpos son una pluralidad que arrastran los pies hasta la singularidad. Salvo –pero no a salvo– las piernas. Aunque en ese momento en el que ser varón y ser mujer es una diferencia bendecida por las ganas –y no porque sólo se tenga sexo, o se use preservativo, entre varones y mujeres, pero sí porque las diferencias (de poder, no de sexo) son, todavía, más fuertes entre varones y mujeres–, la diferencia se vuelve –o puede volverse– abismo. ¿Cómo, cuándo, dónde se pregunta? ¿Con qué voz se consulta “tenés forros”? ¿Con qué plante se saca un sobre de la cartera? ¿Con qué riesgo se espera a que la ropa ya esté deslizada para poner el stop del látex? ¿Con qué temor de contar el final de la película se tantea la actitud preservativa antes de que las manos se deslicen? ¿Cómo se cortan las ganas si el compañero desenrosca excusas, pedidos, negativas o ruegos? ¿Cómo se impone una mujer criada para gustar para que, guste o no guste, el goce no traiga riesgos, ni culpas?
Cuesta, cuesta y cuesta ser mujer y desempolvar un forro antes de un polvo. Cuesta ante un hombre nuevo y, cuesta, a veces más, que un muchacho no piense que la palabra novio vacuna de la posibilidad de Vih. Pero no sólo Vih, eso que llaman enfermedades de transmisión sexual las mujeres sabemos que pican, dan cistitis, herpes, dolores, HPV o, incluso, el regreso de la sífilis. Por eso la campaña Sin triki triki no hay bang bang, del Fondo Mundial de la Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria y el Ministerio de la Salud, tiene la virtud de apelar al uso del preservativo en las chicas.
El video con ritmo de cumbia en los pasillos de los monoblocks hace bien en querer llevar a las pibas más vulnerables el mensaje de que usar forros las hace más poderosas (y no menos deseables). Tal vez, la canción podría haber estado cantada, directamente, por una adolescente. Pero igual, la cumbia del triki triki –de Piola Vago y Crear Vale la Pena– tiene aciertos. “Yo tengo una piba que le gusta el bang bang, pero algo le pasa cuando se asoma el pom pom. Se me planta de una y me frena el envión. Metételo, tatuátelo, si no hay triki triki no hay bang bang, si no pará, si no pirá, si no hay triki triki no hay bang bang, si no hay triki triki tomátela”, levanta la cumbia preservativa.
Lo mejor: cuando dos amigas se pasan un preservativo con gracia. La duda: si el uso de eufemismos será un buen recurso o una manera de que no se diga lo que hay que decir. La crítica: el triki triki vaya y pase, pero la apelación al bang bang –la onomatopeya de los tiros– como referencia sexual es innecesaria y remite a pistolas y violencia cuando debería referirse al goce. La mala coincidencia: se parece al chiste del dunga dunga en el que una tribu ata a dos prisioneros y les da a elegir dunga dunga o la muerte, pero si eligen la muerte, también les dan dunga dunga. El acierto: que se hable de preservativos a las mujeres. La expectativa: que triki triki sea una manera de decir eso que todavía cuesta tanto decir, cuándo decir y cómo decir, pero que hay que decir: ¡Ponételo!
Más información: 0800-3333-444 / www.trikitrikibangbang.com.ar
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