ARQUETIPAS
La envidiosa (pero mal)
› Por Sandra Russo
–¿Hola?
–¡Por fin te encuentro! ¡Te llamé cien veces!
–¿En serio?
–¡Te dejé cien mensajes!
–Ah, pero mi contestador anda mal.
–Con razón. Pero estás borrada,
¿qué te pasa?
–Nada, estoy con mucho trabajo... ¿y vos?
–¿Y? ¿No me vas a preguntar cómo va la convivencia?
–¿Qué convivencia?
–Gaby, hace un mes que Eduardo se vino a vivir a casa, ¿no te acordás?
–Ay, cierto, ¿vos sabés que me había
olvidado?
–No te creo. ¡Si la última vez que nos vimos no hablamos de otra cosa!
–Bueno, Gaby, tampoco sos el centro del mundo.
–...
–¿Y? ¿Qué tal van las cosas?
–Bárbaro. Muy, muy bien. Genial.
–...
–El es tan... tierno, me da tanta...
seguridad, estamos tan... contentos...
–...
–Estamos ajustando cosas, ¿no?
No todo es un lecho de rosas...
–¿Ajá? ¿Como qué?
–Y... es un poco desordenado, pero está cambiando...
–...
–Bueno, mucho no cambia, en realidad la casa es un despelote. Y además me canso un poco de tener que cocinar. Yo antes
comía tomate con Mendicrim, pero ahora
cocino.
–Ah, querida, el casamiento tiene esas
cosas.
–Bueno, no, la mayoría de los días lo hago contenta, me gusta cocinarle, me gusta que llegue y haya calor de hogar, me gusta...
–¡Quién te ha visto y quién te ve!
–¿Por?
–Sometida como tu madre.