–¿Nunca pensaste en cortarte el pelo?
–¡Ni loca! ¡Con lo que me costó dejármelo crecer!
–¿Cuánto hace que lo tenés así de largo?
–... Cinco, seis años.
–Claro, tenías... cuarenta.
–...Sí, ¿por?
–No, claro.
–¿Claro qué?
–No, digo que a los cuarenta...
–¿Qué?
–No, que es otra cosa.
–¿Qué cosa es otra cosa?
–No, digo, una cosa son los cuarenta y otra los cuarenta y seis.
–¿Me queda mal? ¿De qué estás hablando? ¿Me queda mal?
–No, te queda súper, pero ¿viste?
–¿Viste qué?
–Viste que vos tenés un cuerpo privilegiado, la verdad, nena, quién te daría cuarenta y seis con ese cuerpito. Mirá tus brazos, pura fibra. Y tus piernas, qué piernas. Y mirá tu cintura, ¿cómo hacés para comer como un buey y tener esa cintura?
–¿Y entonces?
–El pelo.
–¿Me queda mal el pelo largo?
–No es que te quede mal, pero uno te ve a veinte metros y parecés de veinticuatro. Te vas acercando, y parecés de treinta y dos. Y cuando estás a un metro, la cara, vieja, la cara te vende.
–¿Me corto el pelo o me hago un lifting?
–Es más barato cortarse el pelo.
–Pero a mí el pelo largo me gusta tanto... ¿Así que me hace más vieja, vos decís?
–No lo digo yo. Lo escuché decir.
–¿Quién lo dijo? ¿Qué escuchaste?
–Eso, que tenés un buen lejos pero un cerca...
–¿Eso dicen? ¡Qué horror! Entonces me corto el pelo.
–Yo que vos, probaría.
–Pero la cara me va a quedar igual.
–Pero por lo menos no vas a despertar tantas expectativas.
–¿Eso hago? ¿Despierto expectativas?
–Y, con ese cuerpito, ese pelo y esa cara...
–¿Tan mal tengo la cara?
–¡No! ¡Estás bárbara! ¿A tu edad qué pretendés?