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La caída del último tabú
Por Sandra Russo
Algo verdaderamente extraordinario sucede los sábados a las 22 en el teatro del Centro Cultural Rojas: después de atravesar la sala en penumbras, los espectadores suben al escenario y se instalan en un costado, sobre gradas, para avecinarse a un mundo paralelo que cobra -macilenta, desaliñada– vida ahí nomás, en el otro extremo de ese espacio habitualmente inalcanzable para el público: el otro lado del espejo, del cortinado, de la cuarta pared... Estamos pues en un sitio impreciso, alguien nos dice que nevado, cerca de una vivienda precaria, como de emergencia, que se abrirá al igual que esas casas de muñecas de confección casera, con requechos, lo mismo que el trineo, la cama extensible, las ropas. En ese ámbito extraño y a la vez vagamente familiar sobrevendrá, una vez más pero regenerada, degenerada, la tragedia.
Una tragedia con final casi feliz que la singularmente talentosa Lola Arias –poseedora de múltiples capacidades artísticas que ha aplicado al teatro, el cine, la pura literatura– despliega lejos de toda pompa o solemnidad, con una libertad refrescante en el lenguaje de sus personajes y una osadía total en el desarrollo del relato que convoca mitos griegos, romanos, judeocristianos, para sacudir (y barajar de nuevo) la institución de la familia y transgredir –sin culpa y ateniéndose a las consecuencias- el máximo tabú cultural, el pecado sin retorno: el incesto. Esa falta que no figura ni en las tablas de la ley que Jehová entregó a Charlton Heston, ni en los códigos penales. Y que sobre el final de La escuálida familia (foto) –luego de intentos de filicidio, de canibalismo conyugal (sin querer), algún toque de zoofilia, de fratricidio (casual) y parricidio (premeditado), de diversas formas de incesto– es claramente reivindicada por Luba, la hermana sobreviviente que junto a Reo se propone fundar una familia de idiotas felices, sin reglas y sin límites. En otras palabras, que rota la ley que rigió hasta la muerte del padre a manos de sus hijos, Luba “la revirada” (según se lee en el texto cuando se identifica a los personajes) propone un regreso al puro instinto, a la abolición de la razón, al estado salvaje.
Antes de culminar en este perturbador final, la autora y puestista nos lleva por caminos narrativos evocadores, preñados de referencias que ella se empeña creativamente en asociar, retorcer, revisar, dar vuelta del revés. Si el padre es el “rey del filo” y le cuenta a Lisa la historia de Loth violado por sus hijas para lograr descendencia, o la de Abraham víctima del humor negrísimo de un dios histérico que exige demostraciones absolutas de amor y sumisión, la madre es una drogadicta que amamantó liebres y mandó ahogar a un hijo que regresa atrapado por las hijas Lisa y Luba que –como corresponde– todavía no conocen el lazo de sangre. El padre y la madre intentan mantener cierto orden tradicional, casar a las chicas, pero la necesidad vuelve a éstas cazadoras, rol típicamente masculino, como se sabe. Será por eso que Lisa y Luba se comparan eltamaño de las tetas, como los chicos el de sus pitos, las miden con sus manos.
Como en el mito de Edipo –una de las formas que adopta el huerfanito cazado–, Reo es esencialmente inocente. Lo de Reo puede ser una deformación de Remo, nombre de uno de los gemelos que se salvaron al ser arrojados al Tíber y fueron criados por una loba, pero por otro lado reo -inculpado, acusado, penado– también remite al personaje chivo expiatorio que carga con los pecados de la comunidad en la tragedia, y que debe ser suprimido o alejado, a menos que se le cruce Lola Arias en el camino
De verdad, La escuálida familia –texto, actuaciones, puesta, música, escenografía y vestuario, y hasta las goteras que se sumaron activamente la noche tormentosa del sábado pasado– es un espectáculo fuera de serie, incomparable, que sería bueno que no se lo perdieran las lectoras ávidas de ser desacomodadas, alteradas, conmocionadas. Pero si no consiguen entradas porque el cupo es limitado, pueden compensar generosamente el disgusto comprándose el propio texto La escuálida... (Libros del Rojas 2001) o el libro de poesía Las impúdicas en el paraíso (Ediciones Tse-Tse, 2000), ambos naturalmente firmados por Lola Arias.