TALK SHOW › TALK SHOW
Ciudadana de otro reino
› Por Sandra Russo
La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara”, dice tan certera como siempre Susan Sontag en el ensayo La enfermedad y sus metáforas. “A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque prefiramos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de otro lugar.” A la ciudadana Emma –protagonista del reciente estreno La fuerza del corazón–, felizmente embarazada de cinco meses, después de enterarse a través de una ecografía de que espera a una niña, le cae encima la otra –siempre indeseada, en este caso, doblemente– nacionalidad: en una revisación de rutina, el médico descubre un bulto sospechoso en un pecho.
Punción, hallazgo de células malignas, indicación del especialista de interrumpir la gestación porque, supuestamente, existe riesgo de malformación al hacer rayos y quimio. Emma está anonadada, su compañero le sugiere buscar otra clínica, otros médicos. Cuando la enfermera la consuela diciéndole que podrá tener otros hijos, Emma le responde: “No quiero a otros, quiero a ésta”. Y Emma tendrá a esa hija, a la que llamará Juliette, gracias a no quedarse con la primera opinión médica.
Plenamente respaldada por Simon, encarando con franqueza, humor e incluso alguna coquetería los tramos del nuevo tratamiento que le propone un equipo humanizado de médicos, lejos de la clásica soberbia de esa profesión, Emma da a luz a su niña, una dicha que atenúa el efecto de la mastectomía posterior. Sin embargo, las pruebas no han terminado y la madre deberá encontrar en ella nuevas reservas de coraje. Durante este recorrido de pocos meses, más allá de ciertos altibajos iniciales, Emma y Simon se fortalecen como pareja al afrontar la incertidumbre, el miedo, el dolor, la esperanza. La entereza y la dignidad de Emma contagian a Simon. En un punto, sin llegar a la tragedia, este film de Solveig Anspach –cineasta francesa de treintipico, nacida en Islandia– se relaciona con Tierra en penumbras –de Richard Attenborough, con maravilloso guión de William Nicholson– no sólo porque soslaya toda demagogia sentimental sino porque coincide con aquel film inglés en que la felicidad encierra el dolor, así como el dolor forma parte de la felicidad.
No por azar, Anspach dirigió varios documentales antes de La fuerza del corazón, su primer largo de ficción. De ficción hasta ahí, porque este film tiene muchos rasgos autobiográficos: la realizadora pasó por el trance que narra, escribió un diario durante el curso de su enfermedad y luego decidió llevarlo al cine. Su experiencia como documentalista así como el saber en carne propia de qué está hablando, le han permitido a Anspach realizar un film tocante, honesto, bello y necesario. Esta última cualidad no alude a ninguna intención didáctica, pero la verdad es que La fuerza... deja buenas ideas para disponer de ella cuando nos toque –ojalá más tarde que temprano– asumir esa otra ciudadanía: desde tomar iniciativas hasta hacerse oír por los médicos, desde elegir a conciencia hasta aceptar el respaldo de gente que te quiere. Siempre tratando de no dejar de lado el humor, del color que sea. Y sin aprovecharse porque, como le señala Simon a su mujer, “estar enferma no te da derecho a todo”.
A años luz de producciones epidérmicamente lacrimógenas como La fuerza del cariño, Cosas que importan o Quédate a mi lado, La fuerza del corazón destila una elegancia del espíritu que probablemente acrisoló Solveig Anspach durante su propio tratamiento. Karin Viard, de una exquisita contención, y Laurent Lucas, de una ternura que deja entrever sutilmente la procesión que va por dentro, contribuyen a la sobresaliente calidad de este estreno.