TALK SHOW
Que se mueran los feos
› Por Moira Soto
Los lánguidos modelos masculinos de Calvin Klein o de Valentino hace unos cuantos años que vienen anunciando esta especie de equiparación (¿conquista? ¿revancha?) respecto de sus pares mujeres en esto de posar exhibiendo el cuerpo, la cara, la boca como carnada sexual, a veces luciendo una belleza atípica, un tanto tenebrosa. Así lo hacía notar Susan Sontag en los ’80: “Ellos consienten en ser tratados y en tratarse a sí mismos como objetos sexuales, ya no solamente en predadores viriles y velludos. En cierta medida, la emergencia de un canon único para ambos sexos (al menos entre los jóvenes) parecería volver el mito de la belleza menos reaccionario (...) Pero en verdad, el gusto por una belleza unisex no constituye realmente un cambio radical”.
La tendencia iniciada en la segunda mitad de los ’80 se fue acentuando, sostenida por una creciente idolatría del cuerpo perfecto que exige no sólo higiene, alimentación y gimnasia sino también cirugías, implantes, lipos, musculación sectorizada. Aunque por tradición y entrenamiento en cumplir este tipo de mandatos las mujeres no dejaron de ser mayoría, muchos varones se convirtieron a esta religión tan demandante, cuyos supremos sacerdotes serían los modelos, esos chicos monos que en los desfiles de moda pasan ropa haciéndose los rústicos, no sea cosa de que los confundan (aunque, de todos modos, se sabe que el gusto por estos representantes del sexo antaño llamado feo o fuerte se reparte entre las chicas hétero y los gays).
No suficientemente contentos con aplicarse a cultivar la perfección física y con la entronización de los modelos masculinos –aunque no en la medida superestelar de las modelos, monarcas indiscutidas en este reino de la frivolidad sin más–, algunos varones empezaron a participar en concursos de mister algo, competiciones que desde luego ponen la apariencia física en primer plano (y también en segundo). Así, ellos, los aspirantes a varones objeto desfilan por la tele con su numerito sobre el pecho, te dicen sus medidas, su edad, signo astrológico, peso, deporte favorito. En fin, que hacen el mismo papel que las feministas siempre han lamentado que hicieran las chicas, mironeadas y evaluadas por un jurado que ni siquiera es especializado como el de la Rural.
En noviembre pasado, las estaciones de subte de Nueva York fueron cubiertas de afiches que mostraban a un grupo de varones jóvenes y estereotipadamente guapos haciendo ostentación de sus protuberancias musculares (y no) en slip. Exactamente igual que las modelos en la tapa de Gente en verano. Se trataba de un aviso del programa Manhunt (Cacería de hombres, ¿cómo les suena?), La búsqueda del modelo americano más lindo, nuevo show del canal de cable Bravo, decidido a realzar el rol de los modelos masculinos, aprovechando el auge del arquetipo metrosexual. El premio para los elegidos: un supercontrato con la agencia top IMG.
En la señal de cable Cosmopolitan tuvimos el viernes pasado a las 22, la presentación del Calendario Cosmo 2005 (foto), en el que figuraron los seleccionados entre cientos de participantes de Latinoamérica. Los zagales posaron cumpliendo obedientes los pedidos del fotógrafo (“Ahí, exacto, bien, te tengo, ahí voy ¿eh?, un poquito más adelante, me gustó, me gustó,esperá ¿eh?”), enarbolando pechitos lampiños, pero muy musculados, la cámara televisiva paseándoseles por el cuerpo como a una Pamela Anderson cualquiera, y deteniéndose con cierta insistencia en la tetilla izquierda de los chicos del calendario, rodeada, montada sobre turgente pectoral. Entre una toma y otra, ellos hacían minideclaraciones acerca de la mujer, la naturaleza, sus fantasías sexuales. Además de usar prendas deportivas y la camisa siempre desabrochada, los chavales Cosmo también se producen con brillitos y otros artilugios, según confió el maquillador. Todo en playas muy bonitas de México y conducidos por Vielka Valenzuela que cambiaba de bikini según el chico, pero no de lugares comunes para expresarse: ¿por qué iba ella a tratar de ser original si los doce narcisos –dos argentinos– parecían cortados por la misma tijera, sobre el mismo modelo de belleza pasteurizado?