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› Por Moira Soto
Creo que hay obras, hablo del arte en general, que pueden modificar una parte –mayor o menor, según el caso– de la cabeza, el corazón, el cuerpo del espectador, del lector. Creo que esos procesos pueden no ser inmediatos, pero los disparadores de ciertas transformaciones han sido, son en muchos casos, obras de arte”, declaraba a Las/12 hace un par de años la actriz y dramaturga Vita Escardó en ocasión de presentar su pieza Cecilio: Pura Verónica en el ciclo Teatro x la Identidad.
Efectivamente, este emprendimiento artístico y solidario convocado hace cinco años por Abuelas de Plaza de Mayo y perseverantemente sostenido por figuras como Daniel Fanego, además de ir decantando a través de los años la calidad de las obras teatrales seleccionadas, ha contribuido a mantener viva la conciencia del público respecto de la búsqueda de hijos e hijas de desaparecidos y desaparecidas robados/as durante la dictadura (si bien vale reconocer que en la temática de este ciclo se ha ido abriendo el concepto de la defensa del derecho de la identidad a otras direcciones).
En la edición de este año, al igual que en temporadas anteriores, la participación de las mujeres –dramaturgas, puestistas, productoras, actrices, coreógrafas– supera ampliamente el cupo mínimo: de las trece obras anunciadas, siete fueron escritas por dramaturgas y llevadas a escena en casi todos los casos por directoras. En algunos, la propia autora se hizo cargo de la puesta, como sucede con Mi nombre es... de Anabella Valencia, protagonizada por Agustina Cerviño (foto) en un doble papel muy celebrado por el público. Esta pieza en la que se filtra el drama a través de la comedia, se puede ver hasta el 15 de agosto en el Teatro del Pueblo, a las 20.30, con entrada libre (previamente se representa En la terraza, opera prima y puesta de Ezequiel Obregón, de 22 años, con Andrés Garnier y Estefanía Valadati).
Las funciones de Teatro x la Identidad –que también se realizan en La Comedia, el Payró, el Foro Gandhi y el Teatro del Nudo– ofrecen el plus de retratos intimistas de desaparecidos y desaparecidas que leen, en los intervalos, entre una pieza breve y otra, conocidos actores y actrices como Andrea Bonelli, Gabriel Goity, Carola Reyna, Rodrigo de la Serna, Manuel Callau, Rita Terranova. El lunes pasado, en el Teatro del Pueblo, estas conmovedoras evocaciones estuvieron a cargo de Hilda Bernard, Daniel Fanego y Malena Solda. Al cierre se reunieron sobre el escenario los y las participantes de las dos obras, los/as intérpretes de los retratos y la vicepresidenta de Abuelas, Rosa Roizimblit, quien con emocionada simpatía agradeció de corazón a los hacedores del ciclo y llamó junto a sí a Juan Cabandié, un nieto recuperado, y teniéndolo de la mano le confió al público que ése era un día muy especial para ella porque había estado en la ESMA con su nieto nacido allí: “Acá tengo a Juan, otro nieto de las Abuelas. Un chico que cuando vino a vernos ya sabía lo que venía a buscar...”. A continuación, el propio Juan dijo que había reencontrado su identidad el 26 de enero de 2004, “luego de una larga búsqueda... Reivindico esa generación de nuestros padres en busca de la identidad del país, de los excluidos... Queremos encontrar hasta el último nieto, es importante que en esta búsqueda participen todos, esta lucha tiene que ser colectiva...”.
En Mi nombre es..., Agustina Cervera se va desdoblando alternadamente en dos mujeres jóvenes muy diversas: una con inquietudes culturales, políticas, sociales, que vive con su abuela y va desgranando fragmentos de una historia personal desgarrada por una tragedia implícita; la otra, una tilinga pretenciosa y hueca, que interesada en dar imagen de chica bien,entre otros datos, desliza que su padre es comisario retirado. Como si respondieran a un cuestionario, separadas las respuestas por un fundido a negro, ambas van trazando perfiles casi opuestos. Sin embargo, en algunos momentos, estas vidas paralelas se han tocado, se tocan: les gusta el mismo alfajor de chocolate, un día una defendió a la otra –sin conocerla– del maltrato de un hombre y, hacia el final, se sabe que las dos tienen el mismo sueño, la misma pesadilla recurrente. Muy chiquitas están la una con la otra, vestidas igual, con un globo rojo que estalla cuando son brutalmente separadas.
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