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› Por Moira Soto
Entre otras muchas mujeres que se comprometieron con la causa de las personas negras esclavizadas en los Estados Unidos de América, hubo una actriz inglesa (foto) llegada a Filadelfia a mediados del siglo XIX en una gira que ofrecía el Otelo de Shakespeare. La producción de Hallmark Esclavitud: La verdadera historia de Fanny Kemble, dirigida por James Keach, rescata ese indómito personaje del que anotó Henry James: “Fue una mujer excepcional. No hubo naturaleza más orgullosa para enfrentar las numerosas humillaciones de la vida. Desde el comienzo vivió con plenitud”. A Kemble le gustaba escribir y había publicado muy joven, en Inglaterra, un libro de poemas. Ya en Norteamérica, dio a conocer sus francas y nada condescendientes impresiones, no exentas de humor, sobre las ciudades que había visitado y la manera de ser de sus habitantes. Y años después se editó su diario íntimo, desarrollado bajo la forma de cartas a su amiga Elizabeth Segdwick, en el que dio cuenta detallada de la forma despiadada en que eran explotados los esclavos y las esclavas en las plantaciones de algodón.
Vale recordar que entre las contadas voces que se levantaron públicamente en el sur en defensa de los derechos de los negros y las negras, en ese siglo, se destaca la de
Harriet Beecher-Stowe, autora de La cabaña del tío Tom (1851), que provocó un escándalo en el establishment, pero también contribuyó a sensibilizar corazones. En esa nación, tantas veces proclamada campeona de la democracia, en la Declaración de la Independencia que Jefferson presentó al Congreso para su redacción definitiva, se eliminó el párrafo que hablaba de “haber violado los más sagrados derechos de la vida y de la libertad en las personas de un pueblo distante (...), apresándolas y conduciéndolas a la esclavitud en otro hemisferio, e incurriendo en muerte miserable en su transporte hasta allí”. Según consigna Hebe Clementi (La abolición de la esclavitud en Norteamérica, La Pléyade, 1974), la intención era no molestar a los amigos ingleses, tan involucrados en el comercio esclavista. Las cifras son apabullantes: en 1850 había casi 20 millones de personas negras en los Estados Unidos, cuyos antepasados habían sido arrancados violentamente de sus tierras y llevados hacinados en las bodegas de los barcos, con lo que hacían rendidor negocio muchos países europeos.
Fanny Kemble venía, pues, de una potencia negrera, pero ella tenía una clara actitud de censura a la esclavitud y a toda forma de racismo. Por eso, al comenzar el relato, en una fiesta que le ofrecen, al político que se burla de Desdémona diciendo que se merecía un buen castigo por haberse casado con un negro, la actriz le replica: “El problema de Otelo está en sus celos, no en el color de su piel”. En la misma reunión conoce a Pierce Butler, un propietario de plantaciones de Georgia que la engancha citando a Shakespeare y un poema de la propia Fanny. Su amiga Elizabeth le baja el entusiasmo: “¿Te mencionó el tema de los 600 esclavos que trabajan para él?”. Interrogado, Pierce la tranquiliza: “Nací dentro de ese estilo de vida. Pero ellos están felices, se los cuida, no desean la libertad”. Y Kemble, que venía escapándole al matrimonio, acepta casarse con ese tipo que le asegura que jamás restringiría su libertad.
La primera discusión es por el Diario, cuya publicación Pierce desaprueba. Cuando Fanny consigue instalarse en la plantación, se horroriza ante el maltrato brutal que sufren esclavos y esclavas. La mujer se desespera, Pierce enojado dice que en otros lugares los modos son peores, y le prohíbe visitar a los esclavos. Fanny desobedece, empieza una campaña de higienización, consulta con el médico del lugar, les enseña a leer, y termina metiéndose de lleno en ayudar a escapar a esclavos y esclavas de noche, por rutas secretas, con apoyo de abolicionistas. Pierce la descubre, se separa y se queda con las dos hijitas. Fanny prosigue militando, el Diario se publica en Inglaterra con gran repercusión. “Puede que hayas contribuido a cambiar el curso de la historia”, le dice Elizabeth a Fanny, que ya se ha vuelto a reunir con sus niñas y ahora hace lecturas públicas de piezas de Shakespeare para juntar dinero destinados a sostener a fugitivos y fugitivas.
Es cierto que la realización de este telefilm protagonizado por Jane Seymour y Keith Carradine –un poco pasaditos de años para sus respectivos papeles–, pese a la calidad de algunos diálogos, es más bien cuadrada. Sin embargo, permanece el interés de la historia de una mujer que no aceptó un estado de cosas injusto y luchó con todos los recursos a su alcance para cambiarlo.
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