TALK SHOW › COMPLICIDAD CHIQUITA
› Por Moira Soto
Símbolo inclaudicable del medio pelo argentino venido a más merced a un estrellato sempiterno, con varios esforzados tics de cierta clase alta que se quiere creer aristocrática, Mirtha Legrand hace décadas que viene dando de comer –con algún paréntesis no deseado– a invitados de toda laya, en casi todos los canales abiertos. Supimos hace pocos años, no sin malicioso deleite, que la dama, en privado, era tan carajeadora como cualquier hija de vecina, pero ella siguió como si tal cosa apuntalando su imagen de señora fruncida, más bien pacata y un toque demodée (en lo de la moral y las buenas costumbres, y también en cuanto a las pilchas que casi siempre parecen de una cachirula atemporalidad estelar).
Esa gazmoñería coqueta no le impidió tener sentada a su mesa a gente tremenda, a mezclar desinhibidamente biblias y calefones. Pero siempre estuvo claro que lo suyo tendía al establishment, al poder dominante, sin descuidar el chivetero, claro. Es verdad que hacia los ’90, fuera de todo riesgo y como una forma de aggiornarse, Mirtha se corrió un cachito hacia el lado de la sensibilidad social. Como si la edad, el glamour rococó y el ritual inmutable le hubiesen conferido cierta inimputabilidad.
Por supuesto que la señora Mirtha Legrand no tuvo problemas con la dictadura: por la señal de cable Volver se la pudo rever hace un tiempo en un clásico almuerzo de 1978 –en el que participaba Su Giménez– escandalizándose por la forma en que se ataca la imagen de nuestro país en Francia (sí, por el tema derechos humanos, desaparición de las monjas), pero también recordando con cierta ternura que el presidente Videla había llorado durante el Mundial, “que tanto bien nos hizo”.
La mismísima Mirtha, años después, le zampaba a Cecilia Rossetto, un 20 de marzo de 2000: “Vos estás muy politizada, querida. Cada vez que te invito hablás de temas pasados de moda, como la izquierda y el comunismo. ¿No será por eso que te quedaste afuera de la televisión?” Luego de un instante de incredulidad, Rossetto le retrucó firmemente que ella hablaba de política porque tenía un marido desaparecido y que era lamentable que los medios no la tuvieran en cuenta (en ese momento, hacía Mein Kampf en el San Martín), mientras que muchas “que les praticaban la fellatio a los genocidas siguen saliendo en las tapas de las revistas”. Mirtha, como si escuchara hablar en una lengua desconocida, se fue al corte. Al día siguiente, proclamó que ella no era de izquierda (chocolate trufado por la noticia) ni de derecha (mmm), sino más bien de centro, y que sólo había tratado de ayudar a Cecilia, que había que reconocer que “perdió a un marido o tiene un marido desaparecido”.
A mediados de los ’90, Hebe de Bonafini acompañada de Juana de Pargament, fue al programa de Mirtha, pero solo un rato en la zona del living y sin aceptar la copa de champaña. La anfitriona preguntó: “¿Dónde murieron (sus hijos)? ¿En La Plata los tomaron?” (sic). Bonafini contó el calvario de sus hijos ante gestitos de horror de Mirtha que empezó a interrogarla sobre ellos. De todos modos, Hebe quería hablar de las Madres que desaparecieron en la Escuela de Mecánica de la Armada, y finalmente lo consiguió, dio todos los detalles y sentenció : “Entonces, ahora lo que pedimos es que la Armada dé cuenta de todo lo que sabe. Hasta dónde llegaban las torturas, las violaciones”. “Sí, yo he leído libros al respecto”, dijo Mirtha, y volvió a la carga: “Sus hijos ¿tenían militancia política? ¿Estaban afiliados?”. “Sí, a un partido político opositor al régimen militar. Pero nosotras no hablamos de estos temas porque nos unimos en el dolor, no a través de un partido”. La estrella no cejó: “Pero eran activistas, trabajaban, claro, claro...” Hebe le informó que su hijo mayor trabajaba en la Universidad y en un barrio con el padre Federico Bachini. “También se llevaron al padre, a las maestras.” A lo que observó Legrand: “Qué notable, porque uno lo comenta ahora en televisión, ¿se da cuenta? Usted sentada, nosotras frente a frente. Pero es una cosa espantosa, realmente”. Cuando Juana Pargament contó el secuestro de su hijo, Mirtha insistió: “¿Usted qué sospecha? Porque las madres siempre tenemos un instinto para saber de dónde viene la cosa...” Eran fechas en que habían salido a luz las declaraciones de Scillingo y Hebe recordó que a las Madres no les habían creído cuando denunciaron mil veces lo que pasaba. Ahí Mirtha reconoció: “Yo en una época no estaba de acuerdo con ustedes, pero con el correr de los años me he dado cuenta del sufrimiento que debe ser no poder enterrar a un hijo, tener un hijo desaparecido”. Hebe de Bonafini señaló que las trataban como si estuvieran mal de la cabeza, que les cerraron las puertas los obispos, los burócratas sindicales. Y Mirtha, que evidentemente escuchó en su momento algún eco de las denuncias, manifestó: “Costaba creerlo”.
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