TALK SHOW
› Por Moira Soto
No siempre las ciudades del cine han sido reflejo de locaciones reales, lo que de por sí –ya se trate de paisajes urbanos construidos en estudio o de inventar una ciudad dentro de otra ciudad, por ejemplo– no les ha restado un ápice de credibilidad. Conocido es el guiño del director Ernst Lubitsch: “He estado en París, Francia, y en París, Paramount. Y París, Paramount, es mejor”. También se sabe de incontables turistas que sufrieron una gran desilusión al enterarse de que la Casablanca de Ingrid Bergman y Humphrey Bogart –a quienes, de todos modos, siempre les quedaría París, pero de la Warner– sólo existió en la escenografía creada para ese rodaje. Lo importante es que las ciudades del cine se integren orgánicamente a la peripecia de sus personajes, si de películas de ficción se trata. O de ciencia ficción, desde luego. E incluso ciertos documentales que revelan centros urbanos, los convierten en protagonistas.
Son muchos, muchísimos los films en los cuales las ciudades son parte inseparable de su identidad, por lo que parece fácil y a la vez difícil pensar una muestra antológica. El ciclo “La ciudad en el cine: centros y periferias” que se está desarrollando actualmente en la Sala Lugones, en el marco del Segundo Encuentro Internacional de Pensamiento Urbano, presentado por la Cinemateca Argentina, toma como guía La ville au cinéma, enciclopedia editada en el 2005 por Cahiers du Cinéma, bajo la dirección de Thierry Jousse y Thierry Paquot (el primero, crítico y cineasta, participa del encuentro porteño). Este ciclo, que arrancó de maravillas con Amanecer de Murnau y Los olvidados de Buñuel, está culminando con la presentación –entre otras 32 películas, muchas inéditas localmente– hoy a las 17 y las 21 de Reyes y reina (2004) de Arnaud Desplechin, con Emmanuelle Devos y Catherine Deneuve; mañana sábado, Route One: USA (1989) de Robert Kramer; el domingo 3, Beirut Oeste (1998) de Ziad Dououeiri, a las 14.30, y Tie Xichu: al Oeste de las vías - Vestigios (2003) de Wang Bing, a las 17 y a las 20.30; el lunes 4, Poco a poco (1972) de Jean Rouch y Le mure de Sana’a (1972) de Pasolini a las 17, y En construcción (2001) de José Luis Guerrin. A las 19.30 y a las 22, el martes 5, El otro señor Klein (1976) de Joseph Losey, a las 17, y precediendo a Alphaville (1965) de Jean-Luc Godard, se proyectará Grand Littoral (2003) de Valérie Jouve, a las 19.30 y a las 20.
En este ciclo que elude las obviedades (la Nueva York de Woody Allen, la Roma de Fellini...) y que está brindando la oportunidad de ver films extraordinarios, Grand Littoral es una rara gema que brilla por su auténtica originalidad, por su manera atípica de mirar y escuchar el paisaje suburbano, de abrir otros espacios dentro de espacios más o menos familiares o cotidianos. Se trata de la primera película de Valérie Jouve, notable fotógrafa de ámbitos ciudadanos, no por casualidad socióloga, quien suele citar como fuente de sus obras a los primitivos italianos y flamencos que inventaron la construcción de la figura en la perspectiva espacial y al mismo tiempo encontraron representaciones clásicas de rasgos humanos. Famosa por sus imágenes de figuras aisladas en el paisaje público, en Grand Littoral la directora pone en escena los encuentros de distintos personajes. Nunca se sabrá hacia dónde se dirigen, pero todos ellos están netamente diferenciados, si bien se trata de un film extrañamente, enigmáticamente no narrativo, por cierto no dialogado, cuyos únicos sonidos son producidos por los vehículos que circulan en esas autopistas periféricas que se acercan a un gran supermercado, por trenes que pasan. Jouve no repara en los conductores sino en l@s caminantes, que marchan con otro ritmo, sus cuerpos y sus rostros plenos de expresividad, entre el verde, el asfalto y el cemento, por calles, puentes, escalones, colinas.
Gente en el espacio público, en torno de ese supermercado que nunca se ve del todo, en donde nunca se entra, apenas sugerido por una fila de carritos casi abstracta. Dice Jouve que, para lograr este refrescante (para el ojo) punto de vista, trabajó con las nociones de lleno y de vacío, acumulación y silencio: “Eso me permitió definir una composición visual que muestra que no hay un solo mundo (...) Ese es el deseo del film: hacer que se toquen dos mundos diferentes sin que eso implique necesariamente una actitud crítica”.
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