TALK SHOW
› Por Moira Soto
Olvídense de Amo y señor, de La extraña dama, de Cosecharás tu siembra, incluso de Porteñas, una de sus últimas incursiones teatrales, y entren sin preconceptos a ver a una nueva y admirable Luisa Kuliok, transfigurada en una narradora viajera que viene de muy lejos, en el tiempo y el espacio (que a veces se unifican) para cautivar al público en el espectáculo de poemas y cuentos del antiguo Oriente, El collar de la paloma. Es éste el fruto delicado y sutil de lo que la actriz llama “una amistad artística” con la sabia tejedora de filigranas Helena Tritek, a la que se acercó dispuesta a recorrer otros caminos.
Luisa arrancó desde muy chica con el teatro, estudió con Blanca de la Vega en la infancia, con Agustín Alezzo en la adolescencia, y debutó auspiciosamente al terminar la secundaria haciendo Despertar de primavera, de Wedekind. Después llegó el éxito televisivo arrollador que marcó a fuego su imagen a nivel masivo. Y aunque estuvo en algunas piezas teatrales en los últimos años, es con este espléndido Collar... que Kuliok no sólo se desmarca radicalmente de su imagen más conocida sino también de un modo de actuar, y se aviene a otras leyes, a otros códigos con meritoria plasticidad. El collar de la paloma comenzó a enhebrarse el día que HT le dijo a LK: “Quiero hacer algo donde hablemos del amor grande”. “Se refería al amor que nos vincula con la totalidad del universo, lo que es uno en relación con lo intangible, la fe, los semejantes, la naturaleza... Quién es uno en este mundo y qué queda después. Entonces, todo lo que está en el espectáculo aspira a promover la capacidad de tolerancia. Por eso empieza con el poema de Ibn Arabi que concluye: ‘Y el amo / es / mi. / Y el amor / es / mi fe’.”
Detrás de esta obra hay una larga y paciente búsqueda de textos, de músicas, de pinturas. De probar, tamizar y ver cómo se articulaban esos materiales sobre la escena. En busca de ese espíritu oriental que tanto les interesaba, Luisa dice: “Descubrí como actriz que tenía que deshacerme del yo, despojarme de todos los condicionamientos expresivos occidentales para llegar a una manera de narrar donde el intérprete no tiene, no comunica una opinión. Por otra parte, quiero señalar que no hay poemas herméticos en El collar... porque lo oriental tiene en general una profunda sencillez, mucha claridad en su complejidad. Así es que cualquier persona, a su manera, no importa el grado de cultura, puede acceder a esos mundos. Porque estos textos hablan de la condición humana, de los deseos, los sueños, la guerra, la paz... La cuestión es ver qué hacemos con todo eso, y la propuesta es otra mirada para poder aprender a vivir, a convivir sin sectarismos. Es una invitación a... No te dice dónde está la verdad, porque de hecho nadie lo sabe. Pero sí sabemos que hay cosas que no deben ser”.
Luisa Kuliok sabía que entraba en zona de riesgo, pero su convicción era lo bastante fuerte para dar ese salto con el respaldo de una maestra como Helena Tritek. Muy jugada al proyecto, estuvo de acuerdo cuando la directora le pidió que aprendiera a caminar al estilo oriental (y tomó clases con Guillermo Angelelli); también cuando preparaban La flor del palacio... y Tritek comentó: “Ay, aquí tendrían que tocar un tamborcito” (en este caso, aprendió del senegalés Abdoulayé). En otro momento, al ensayar el Cuento de la peregrinación, de Nadine Hwang, a la puestista se le ocurrió: “Creo que haría falta un títere”. Deseo que se cumplió con la ayuda y la enseñanza técnica de Adelaida Mangani.
Su entrenamiento en danza y la buena preparación de voz (en sesiones con Susana Naidich), el dominio de la respiración que Luisa tiene desde niña, no le alcanzaban para una de las exigencias del teatro oriental: controlar la emoción, manejar la distancia. “Fue una de las cosas más difíciles porque tenemos la costumbre de dejar que aflore. Fijate que el único personaje que siente, según las convenciones del teatro occidental, es la campesina, un títere. Pero creo que lo logré con los lineamientos de Helena. Hay un lugar donde aparece la verdadera organicidad, una vez que podés juntar todas las partes.”
Además de la incondicional entrega de la protagonista, la belleza y la elegancia de la caligrafía escénica de Helena Tritek contaron con las ideales contribuciones de Diego Schissi en música, Omar Possemato en las luces y Cristina Villamar, creadora de una escenografía y un vestuario deslumbrantes para este espectáculo bienhechor.
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