TALK SHOW
› Por Moira Soto
Mozart estuvo ahí, está todavía, acudiendo a la cita hecha por Juventus Lyrica a través del régisseur Horacio Pigozzi, de la diseñadora de vestuario Mini Zuccheri, del director musical Antonio Russo, de un grupo de cantantes en su mayoría noveles... Así fue que la función del estreno de La flauta mágica, el viernes de la semana pasada, procuró momentos de perfecta felicidad al numeroso público asistente (todavía queda una representación, y ojalá se pudieran agregar más funciones). En todos los rubros (con algún pequeño y comprensible desnivel en el canto y la actuación) se potenciaron la belleza, la gracia, el misterio, la espiritualidad de esta ópera magnífica, la última del inmenso compositor.
Al parecer, otras manos, aparte de las del libretista oficial, se metieron en el guión de La flauta..., un proyecto que le fue acercado a Mozart en 1780 por Emmanuel Schikaneder, un hombre orquesta del teatro, que tanto te actuaba un drama como un vodevil, te cantaba una ópera o te hacía una puesta en escena cirquera. Lo que ES le proponía a WAM era la adaptación de un relato egipcio, Thamos, acerca de los amores contrariados del príncipe del título y la princesa Tharsis, que sorteaban escollos gracias a la protección de Sethos, sumo sacerdote del templo solar. De entrada, al músico —masón, come se sabe— le interesó la lección simbólica que se desprendía de la historia, pero como se estaba yendo a Munich, Schik tornó a sus shows, pero diez años después volvió a la carga y todo parece indicar que en la escritura del libreto participaron o influyeron otros dos masones, el escritor y experto en minerales Giesecke y el filósofo Ignaz von Born. También se citan como fuente de inspiración otros cuentos (Lulú, La guitarra encantada), pero más allá de estos aportes en el resultado final sin duda prevaleció el ideario integrador de Mozart —cuya adscripción a la masonería no le impedía ser un ferviente católico—, su confianza en la humanidad y un optimismo basado antes en la indulgencia que en la ingenuidad.
Como muy bien se entendió en la puesta que se ofrece en el Avenida, la flauta mágica es mucho más que un cuento de hadas, que un fantasioso relato de aventuras: se trata de una obra iniciática donde, según la tradición ancestral, los protagonistas —Tamino y Pamina— deben cumplir pruebas, aprender una lección de sabiduría que les dará el pasaje a la edad adulta. En una primera instancia el príncipe se confunde y cree que Sarastro es un villano, según los dichos de la malvada Reina de la Noche, una femme fatale absoluta. Por cierto, Sarastro (nombre inspirado en Zoroastro o Zaratustra) es un hombre virtuoso que se hará cargo del aprendizaje del joven príncipe. Y también de la joven princesa, porque si bien en alguna línea del libreto este tutor se pone misógino, la verdad es que Pamina no sólo es el eje de la acción, sino que ella también atraviesa, junto a su amado, las pruebas del agua y el fuego. Y superados esos trances, ella asimismo viste la igualitaria túnica monacal celeste en esta versión.
Por otra parte, tenemos entre los personajes femeninos a las Tres Damas al servicio de la Reina, ingeniosamente vestidas y calzadas, que a los codazos intentan descaradamente levantarse a Tamino, después de salvarlo del Dragón (tan malas no son). Y desde luego, está la deliciosa Papagena –a quien primero Papageno acepta creyendo que es una viejita–, cuyo traje (en otra brillante idea de Zuccheri) invierte el diseño y el color del que lleva Papageno. Y si bien se trata de Tres Niños o Tres Pajes (Mozart los veía como ángeles), los emisarios de la Reina que sin embargo hacen el bien, hay que decir que están interpretados por tres chicas con mucho donaire.
Sobre conceptos de Leandro Erlich, Pigozzi —responsable, entre otras, de una maravillosa puesta de El murciélago para Juventus— creó un diseño escenográfico de gran sugestión que valoriza y da profundidad al escenario del teatro, a la vez que sorprende con arriesgados recursos visuales y un manejo cinematográfico de las proyecciones, provocando en algunos instantes un incitante vértigo. Todo lo cual no sólo se amalgama con el imaginativo vestuario, sino también con una muy acertada dinámica de la puesta en escena y conducción de intérpretes. Con montajes de este nivel, la ópera se manifiesta en toda su vitalidad como lugar de encuentro de todas las artes.
La flauta mágica, mañana sábado a las 20.30 en el Avenida, Avenida de Mayo 1222, desde $ 10.
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