Vie 30.08.2002
las12

TALK SHOW

cuentas fatalmente pendientes

› Por Moira Soto

Mucho antes de que Marisa Paredes y Victoria Abril se despellejaran en Tacones lejanos, de que Shirley McLaine aplastara a Meryl Streep en Recuerdos de Hollywood entonando “I’m Still Here” (Todavía estoy aquí), o de que María Galiana y Ana Fernández se elevaran hacia una zona de entendimiento mutuo (comprender es siempre un movimiento ascendente, decía Simone Weill) en Solas, un sueco llamado Ingmar Bergman escribió y filmó en 1978 uno de los enfrentamientos más fuertes, profundos, crueles, intranquilizadores que se haya visto en el cine. Un medio en el que, sobre todo en años recientes, se multiplicaron las confrontaciones hija-madre (generalmente, son las chicas las que buscan ajustar cuentas, liberarse de la dependencia emocional...) Más vale tarde que nunca: el cine, en buena medida a partir de estudios de género, de ensayos como el de Adrienne Rich (Nacida de mujer) y de textos de ficción o autobiográficos escritos por mujeres, se hizo cargo de una relación tan compleja, de un vínculo de capital importancia ignorado prácticamente a través de siglos por el teatro.
“Toda madre aspira a conseguir el amor de su hija, a traspasar las barreras que impiden la comprensión. Toda hija sueña con merecer el afecto y la comprensión de su madre”, decía Wayne Wang en la época en la que dirigió ese bello film –editado en video y que cada tanto se ve por cable–, El club de la buena estrella, cerca del intercambio afectivo y de saberes a lo largo de tres generaciones de mujeres, entre las que surgen identificaciones y rechazos, choques y reconciliaciones. ¿Es más difícil ser madre que hija? Según las historias personales, las etapas, las situaciones puntuales... A la Madrastra de Blanquitanieves la consumió la fiebre competitiva cuando su hija putativa alcanzó la edad de la niña bonitísima, mientras que la madre de Beloved (la magnífica novela de Toni Morrison llevada al cine por Jonathan Demme) con el corazón destrozado mata a su hija para que no sea esclavizada.
La sonata es la forma musical que eligió Bergman para desarrollar este careo entre madre madura e hija treintañera, luego de años de no verse. En su Sonata otoñal el contrapunto tiene lugar entre Charlotte y Eva, y va del allegro al adagio, del presto al scherzo, en un entramado donde los temas principales –el cuestionamiento quejoso de una, la autodefensa de la otra– se oponen, se confunden, se modifican... Para mayor inri -porque esta sonata también es un calvario con sus diversas estaciones–, la madre de este film-partitura convertido ahora diestramente en pieza teatral es una mujer fuerte, concertista de piano famosa, con lo que la problemática habitual de la hija se encrespa a más no poder.
En el Multiteatro (Corrientes y Talcahuano), donde esta Sonata otoñal se ofrece de jueves a domingo en una sala mayoritariamente poblada por mujeres que hacen su propia catarsis, Leonor Manso y Virginia Innocenti (foto) –muy bien secundadas por Héctor Bidonde y Verónica Del Vecchio– realizan creaciones memorables de sus difíciles, laberínticos personajes. ¿Es Charlotte la egocéntrica autoritaria y desamorada que describe su hija, o apenas una mujer talentosa y vital sin demasiada vocación maternal? ¿Es Eva la víctima inmolada que se pretende o sólo una mujer incapaz de superar el duelo por su hijito, desesperada por asegurarse el amor de su madre? La pieza, al igual que el film, no da respuestas netas, pero sí una se lleva puesta la convicción de que una buena crisis que saque trapitos al sol siempre será mejor que permanecer instaladas en cómodas y precarias relaciones de “todo bien”.

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