TALK SHOW
› Por Moira Soto
La tercera guerra mundial socavó los sueños imperialistas de rusos y yanquis. La Argentina permaneció neutral y supo sacar provecho de la situación”, dice una entonada voz en falsete de locutora de una variante de Sucesos Argentinos, cuyo logo muestra a un trabajador en lo alto de una torre, antes de que se sucedan escenas documentales bélicas de altri tempi. “Por suerte tanto hombres como mujeres se alistaron con orgullo en la primera escuela de espías peronistas...” Con el mismo registro, la voz anuncia la serie Mi señora es una espía, “hoy recuperada en technicolor”. Y ahí nomás comienza un capítulo de esta deleitosa producción de la señal de cable Ciudad Abierta, creada y protagonizada por la actriz, dramaturga y puestista Andrea Garrote, y dirigida por la cineasta Daniela Goggi (cuyo film Vísperas se estrenó recientemente). Curiosamente, Mi señora... es una suerte de desprendimiento de la brillante pieza teatral que Garrote presentó el año pasado, Siempre tenemos retorno, sátira sutil a la televisión pública en tres movimientos, uno de los cuales se titulaba igual que la serie, y estaba actuado, entre otros/as, por Pablo Gelós y Guillermo Jacubowicz, que quedaron en la serie.
En su perfecta casita retro de los ‘50 rosa y lila, Graciela Sedán oficia de hacendosa ama de casa, atiende a su marido Oscar y sobreprotege a su hijo Hernán, entre la niñez y la adolescencia. Pero Graciela es una de esas espías de doble vida que anunciaba el prólogo, y cuando su gente se va, pone en el combinado el vinilo –con Hugo del Carril en su baqueteada carátula– que le acaba de traer el cartero. Desgraciadamente, el mensaje secreto sobre la Bienal de Arte Popular se corta porque el disco está rayado. Para colmo, el enemigo que acecha cuando la espía recibe el cuadro que deberá custodiar se presenta –no sin antes pegarse un bigotito– como el service de la tostadora Yelmo. Por suerte, Graciela es una señora de múltiples recursos y detecta, veloz como el rayo, que el hombre no es trigo limpio puesto que no conoce al dedillo las efemérides peronistas. El desconfiado marido está llegando y a su mujer no le queda otro remedio que encerrar al intruso. “No te saludo porque tengo el esmalte fresco”, le dice ella tan campante a Oscar, cuyas sospechas se confirman cuando entreabre el placard. El hombre se controla y enseguida descubre el cuadro erótico que Graciela camufló con dibujos infantiles (“voy a hacer bricolage”, le había dicho ella a su encantadora vecina) y manda al niño Hernán que le pinte encima a un marinero (“¿cómo le puede interesar esa temática?”, se pregunta intrigado el chico). Al final, faltaba más, todo se aclara y Oscar recupera la fe en su señora, pero sigue sin saber que ella es una espía. Al cuadro le ponen la firma del famoso artista brasileño que había hecho el original y la crítica se deshace en elogios. “Cómo rinde la ingenuidad”, sonríe canchera Graciela al final de este primer capítulo.
Es tan logrado el nivel de afinación y de terminación de esta comedia de situaciones (que obviamente homenajea –pero no imita– a series como Superagente 86, El Show de Donna Reed, Hechizada) que cuesta creer que sus principales responsables acaban de desembarcar en la televisión. O acaso sea ése el secreto de su encanto y atractivo, como ocurrió en el caso del programa infantil Reinas Magas: que personas talentosas y preparadas, sin los tics y presunciones característicos de la TV local, se pongan a hacer cosas.
“Pensar que pudiera haber habido un tiempo en que acá pudimos hacer Maxwell Smart con el peronismo, fue el punto de partida, que ya estaba en mi obra teatral... –dice Andrea Garrote–. Tenía sentido trabajar con la mitología peronista, un campo tan fértil, un juego permanente para la imaginación. Y estaba claro que había que trabajar desde el humor blanco, sin dejar de poner reflexiones. Los personajes están en el terreno de la comedia, en otra realidad. Entonces, al no trabajar con la Historia, sorteamos los bretes emocionales. Se trata de una serie recuperada de una Argentina que no fue. La ucronía es un subgénero de la ciencia ficción que va hacia el pasado, no hacia el futuro; el pasado cambió en un momento, los ’60 fueron distintos. Ese es el dispositivo.”
El tono de comedia inocente no impide que se hable de expropiaciones para hacer justicia, o que –como ocurrió en la segunda entrega– al compañero Juan Carlos Lemas se le ocurra una ley “para hacer llegar de una vez y para siempre los beneficios de un único gobierno a todo el país”, permitiendo que cada integrante del partido pueda presentarse a elecciones y así sumar votos, ganar y terminar con las internas partidarias. “Este capítulo me dio un poco de escalofrío: estamos haciendo algo contra la Ley de lemas, manifestando que va a quedar un solo partido gracias a la genial idea de Juan Carlos Lemas, en un canal del Gobierno de la Ciudad. Sin embargo, no hubo críticas, a la gente le encanta, lo toma bien, con mucho humor”, comenta Andrea Garrote.
Aunque el presupuesto es acotado, todos los que participan en la realización de Mi señora es una espía se han encariñado con el proyecto, lo toman como algo personal, asegura la guionista y protagonista. En el estudio, los técnicos hablan con modismos y tonos de la serie, a todos les resuena mucho. Entre los más entusiastas figura el director de cámaras, Víctor Selandari, un histórico que estuvo en el equipo de Rolando Rivas taxista. Los próximos episodios de Mi señora... serán: La Pocha, acerca de una hermana de Perón que traen del campo, y que Graciela debe educar para que reemplace un poco al General, que hace mucho que no aparece en la plaza, y La bomba atómica, desde luego con la aparición de un científico alemán (que interpretará Arturo Goetz). La bomba con aspecto de garrafa estará en manos de Graciela, cuyas aventuras, promete su creadora, “se tornarán cada vez más disparatadas”.
Mi señora es una espía va los martes a las 21. Repite jueves y domingos a la misma hora, por ciudad Abierta.
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