TALK SHOW
› Por Moira Soto
“Porque las mujeres son más pasionales, racionalizan menos, son más humanas...”, respondió alguna vez Federico García Lorca cuando le preguntaron qué lo llevaba a elegir tantos personajes femeninos protagónicos. También, acaso, podría haber agregado que su percepción de la diversidad y el prejuicio lo hacían sentirse más cerca de la situación de la mujer. Andrea Juliá, actriz de amplia y ecléctica trayectoria, docente especializada en técnicas corporales, pero que también sabe de canto y dramaturgia, ha creado un espectáculo en el que se exalta esta faceta de Lorca, esta notable sensibilidad respecto de la sujeción y represión de las mujeres, una actitud que aflora en muchas de sus obras donde se rebelan la Novia insumisa de Bodas de sangre, la malcasada de Yerma que quiere otra vida, la Adela transgresora de La casa de Bernarda Alba, capaz de matarse antes de permanecer a merced de su tiránica madre...
Sin embargo, Juliá eligió como eje de su poema dramático Abanico de soltera, a Doña Rosita la soltera, la mujer que espera y desespera, con su ajuar de novia intacto, aceptando finalmente, dignamente, el estigma de la soltería. Paralelamente al rescate de ciertos fragmentos de esta pieza (no faltan las manolas, “las que van a la Alhambra, / las tres y las cuatro solas...”, ni la doliente queja del segundo acto: “Abierta estaba la rosa / pero la tarde llegaba / y un rumor de nieve triste / fue pesando en sus ramas”), AJ va asumiendo el rol de Federico, la expresión de sus ideas, los acontecimientos de ese último, fecundo año de su vida en que estrena Doña Rosita... en Barcelona, luego publica Bodas de sangre y en junio del ’36 termina su obra maestra, Bernarda Alba, antes de partir a Granada, donde será fusilado cerca de la Fuente de las Lágrimas junto a otros defensores de la República, el 19 de agosto.
Andrea Juliá hizo hace años en el Conservatorio, con Román Caracciolo, esta pieza que habla el lenguaje de las flores, y quedó muy marcada al interpretar el último acto de la tragedia asordinada, donde la protagonista ya se siente vieja y fuera de mercado. “Ahí, cuando ella deja el verso, el drama toma otra dimensión. Empecé a trabajar esa zona desde el movimiento mientras cursaba el profesorado de Expresión Corporal. Horacio Medrano –quien además de dirigir esta obra es mi marido– vio en lo que estaba surgiendo la génesis de una obra. Me sorprendió, pero a la vez fue como el empujón que necesitaba. Seguí explorando, empezaron a aparecer imágenes, toda esta cuestión de fusionar momentos de la historia de Lorca hasta llegar a vislumbrar la posibilidad de que, en algún punto, Doña Rosita es el propio Federico, un hombre con una mirada realmente visionaria sobre la mujer de esa época. Por otra parte, me identifico totalmente con su crítica al rol acotado y desprovisto de toda autonomía que se les imponía a las mujeres en ese momento, me pongo muy enojada en ese tramo: mujeres para la boda, el matrimonio y los hijos como una carrera posible... Quise mostrar la síntesis de su pensamiento después de releer sus obras, sus conferencias, su vida. En la dramaturgia escénica, trabajé con Horacio todo lo que tiene que ver con los signos que lo representan, desde el piano pintado sobre una tela al reloj que evoca la pintura de Dalí y también la hora de la muerte del torero amigo y admirado, a las cinco en punto de la tarde...”
Andrea Juliá conocía bien la obra lorquiana aun antes de entrar en el Conservatorio: su madre, Julia Piccardo, cursó para actriz en el ISER, estudiando mucho al granadino, sus obras, sus poemas que repetía en casa ante una niña que pronto advirtió la belleza de las metáforas, su sonido musical. También el padre –Antonio Juliá, periodista, a quien está dedicado Abanico– era un fan de Federico, de modo que Andrea se familiarizó tanto que cuando quiso contarlo como persona, como personaje –”con todas las disculpas del caso por el atrevimiento y algunos miedos”– el proceso resultó muy fluido. Y si bien Abanico es una obra que le ha procurado múltiples halagos entre giras y premios, la función más emocionante tuvo lugar en Palma de Mallorca –donde nació su papá– cuando hizo una función justo el día de su 45º cumpleaños, con la familia paterna entre el público.
Entre los textos que AJ pone en boca de Federico, es decir, de Rosita, hay una continuidad cabal con los de la pieza. Un ejemplo: “Mujeres que desean, esperan, contemplan su vida como espectadoras inmóviles, tiesas... Mujeres de educación cursi basada en el fingimiento...”. Además del baúl-altar del que van saliendo objetos que convocan a Federico gracias a esta actriz médium que también está contando su propia historia de amor con el poeta, flotan sobre la escena diseños en alambre que remiten a los dibujos que el artista hacía con mano flexible y sensual, como de un solo trazo. Un hallazgo que redondea ese universo celebrado por Andrea Juliá, quien desde su intuición, desde su corazón, decide que Federico, antes de ser asesinados por las fuerzas franquistas, exija: “No, no me venden / que sea con los ojos abiertos / el pecho al frente y la sangre caliente. / Apunten bien. Y el tiro: certero / ... / Soy como soy. Y tengo miedo, / pero vaya tarea que les dejo / en mi casa de Granada / quedan papeles en blanco / que otros seguirán escribiendo...”.
Abanico de soltera, en La Ranchería, México 1152, los sábados a las 20.30, a $ 12 y $ 8, 4382-5862.
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