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Una voz en el teléfono
› Por Moira Soto
Como en aquella película de Larry Cohen (1973), el monstruo está vivo; como en Videodrome (David Cronenberg, 1983), cintas de video pueden causar enfermedad, locura, muerte; como en Scream (Wes Craven, 1996) y en Llamada de un extraño (Fred Walton, 1979), una voz en el teléfono puede crear indecible terror (ya que estamos, recordemos en el rubro telefónico una peliculita serie B, Bells, de 1985, en que un teléfono manipulado por el psicopatón de turno achicharraba a quienes atendían su llamado); como en La habitación del pánico (David Fincher, 2002) o en Terminator 2 (James Cameron, 1991), hay una madre valerosa decidida a todo para salvar a su cría; como en La profecía (Richard Donner, 1976), hay otra madre que tiene a una criatura que encarna el mal absoluto; como en La mala semilla (Mervyn LeRoi, 1956), film pionero en esto de presentar a niñas o niños terribles (aunque suavizando el final, más negro en la novela original de William March), acá hay una chica diabólica segadora de vidas...
Seguramente, si sos aficionada a este género que divide a los cinéfilos, casi siempre sin términos medios, has de encontrar otras familiaridades cuando veas La llamada y te pegues unos de los mejores sustos cinematográficos en mucho tiempo (ay, una consanguínea más: Mata, bebé, mata, 1966, del añorado Mario Bava). Porque esta realización de Gore Verbinsky –remake, como ya sabrás por las notas previas, de una producción japonesa dirigida por Hideo Nakata, basada en la novela de Koji Suzuki– nos retrotrae a los buenos tiempos en que el horror trepaba sugerente, insidiosamente, hasta vulnerarte, dejarte sin aliento. Sin llegar a las sutilezas infinitas de Jacques Tourneur, tan enemigo de mostrar los monstruos con pelos y señales, Verbinsky elabora un thriller
fantástico, por momentos brillante (la huida del caballo en la playa de estacionamiento de un barco) que felizmente no ofrece explicaciones racionales.
Rachel, una de las personas que accede al video fatídico cuya visión condena a morir a los siete días, es una madre soltera no demasiado maternal (se insinúa que tuvo a Aidan sin plan previo), pero que reaccionará con iniciativa y coraje frente a la amenaza que se cierne
sobre su hijo, un ex novio (padre del chico) y ella misma. Un personaje del pasado, Anna, al revés de Rachel, buscó desesperadamente quedar embarazada pese a que los abortos espontáneos se sucedían, hasta que logró tener una hija... Bueno, más vale no agregar nada más sobre la trama de La llamada que protagoniza admirablemente esa rubia que bien le habría encantado a Hitchcock tenerla en algunos de sus films. Porque Naomi Watts podría haber estado perfectamente en lugar de Joan Fontaine, Grace Kelly, Tippi Hedren, Eva Marie Saint y hasta la mismísima Doris Day.
Naomi Watts, nacida en Inglaterra y criada en Australia, se nos está yendo para arriba –después de casi una década de vegetar en Hollywood– a partir de la pieza maestra de David Lynch Mullholland Drive (El camino de los sueños: para verla o reverla, sale en febrero en video, editada por Transeuropa). La verdad es que esta chica discretamente bella, nacida para actuar en todos los registros, para no perderse en las carreteras hollywoodenses en esta hora de éxitos, debería armar en su casa un altarcito almodovariano con la efigie de Lynch sobre un mantel de terciopelo azul.