TALK SHOW
Dos virtuosas para Iris
› Por Moira Soto
Sucede a veces que una actriz, un actor, conoce, entiende más cabalmente su personaje que el director y/o el guionista de películas casi siempre de origen literario o basadas sobre hechos reales (lo que favorece la labor del/la intérprete de marras). Es el caso reciente, por ejemplo, del sublime trabajo de Michael Caine en El americano (adaptación de El americano impasible, de Graham Greene), que aventaja largamente la superficial aunque vistosa faena del director Phillip Noyce. Cosas peores –en cuanto a desperdiciar el material de que se dispone– suelen acontecer con los films biográficos, género particularmente problemático sin duda, sobre todo si se trata de acercarse al perfil y las experiencias de una extraordinaria escritora británica llamada Iris Murdoch (1919-1999).
Famosa por sus numerosas novelas, entre las que figuran obras maestras como El mar, el mar (1978), y también por su promiscuidad (bi)sexual que consignó en cuadernos de notas a lo largo de su vida, Murdoch estuvo casada durante 40 (cuarenta) años con el crítico literario John Bayley. Un matrimonio amistoso, tirando a fraternal, que culminó con dos años de pesadilla, el tiempo en que el mal de Alzheimer destruyó a esta mujer que Harold Bloom consideró hace un par de décadas el/la novelista británica de más alto rango (“continuadora directa de los principales maestros de ficción rusos e ingleses del siglo XIX”).
Bayley, es verdad, la acompañó lo mejor que pudo durante el desesperanzado deterioro, aunque con escasa disposición para el orden y la limpieza, por lo que, según testigos, la casa en que vivían se convirtió en un chiquero. Pero todo lo que le faltaba al crítico consorte de hacendoso lo tuvo de diligente a la hora de sacar utilidad de su experiencia de acompañante permanente. Durante la dolencia de su mujer, escribió Elegía a Iris (1999), texto donde el hombre no deja de tener su protagonismo, eso sí, teñido de humildad; y ya viudo publicó Iris y sus amigos (2000), siempre con una tonalidad de cariñosa reverencia. Que en el medio se anunciara el posible hallazgo de los cuadernos íntimos de Murdoch no fue óbice para que el diligente Bayley actuara como asesor del guión de Iris, película que protagonizaron Judi Dench (madurez y enfermedad) y Kate Winslet (juventud), bajo la inadecuada dirección del Richard Eyre, autor asimismo del guión en connivencia con Charles Wood. Iris se estrenó el año pasado en Europa, luego de pasear por el Festival de Berlín, pero aún no se conoce en la Argentina.
Este film, que ciertamente vale por sus magníficas intérpretes (además de las actrices citadas, se destacan Jim Broadbent y Hugh Bonneville, en las dos edades de Bayley), malbarata las ricas posibilidades que ofrecían la vida y la obra de Iris Murdoch. El director decidió centrarse en el declive del Alzheimer, mal sobre el que tanto se ha hablado en los últimos años, y dar algunos saltos hacia el pasado, cuando una Iris con los rasgos de Kate W. (que se parece a Dench, que a su vez se mimetiza con autora) promete que va a “escribir maravillosas novelas”, levanta al apocado John y paralelamente tiene algunos affaires (chapuceramente sugeridos) con varones y mujeres. Ni una referencia a sus ensayos filosóficos o a sus novelas; nada que dé una idea epidérmica acerca de su originalidad, sus ideas fijas, sus inquietudes, la fuente de inspiración de sus complejas y pobladas tramas de ficción... Empero, la energía sensual que esparce Winslet y la inconmensurable soledad en que se va hundiendo Dench –pormomentos, aniñada, sonríe con los Teletubbies– logran equilibrar el despilfarro del realizador.