TALK SHOW
¿Y las nueces dónde están?
› Por Moira Soto
Se podrá decir cualquier cosa de Gaspar Noé –que es efectista, baladí, coqueteador con diversas formas de violencia, seudotransgresor– pero nunca negarle su capacidad de autobombo, de impresionar a los burgueses (críticos o no) con recursos de fuerte impacto epidérmico que a muchos les impiden advertir que detrás de ciertas imágenes rebuscadamente sucias, chocantes, exhibicionistas de Irreversible, no existe una sola idea original, algún discurso personal. El tratamiento de shock a que somete al público (y a los críticos sensibles a su manipulación) contando su exigua historia de atrás para adelante, tiene zonas de tedio inconducente que, al igual que en el cine porno standard, hay que sobrellevar para llegar a la acción propiamente dicha: en este caso, el aplastamiento de la cabeza de un tipo, la extendida violación de una mujer en tiempo supuestamente real.
Pero eso no es todo, amigas: Noé nos regala otros dos golpes de efecto para demostrarnos que éste es un mundo cruel e injusto: a la postre, resulta que el masacrado no es el violador y –lo más pior– que la violada estaba embarazada. De eso nos enteramos al cierre (que viene a ser el principio), cuando la chica se hace el test en el baño, después se apoltrona en la cama y la cámara trepa y nos enrostra el afiche de 2001 - Odisea del espacio con esa imagen de feto digna de una campaña Pro-Vida. Empero, aquí no termina ñoñería: en la escena final, a los acordes del Allegretto de la séptima de Beethoven, tenemos un cuadro idílico (pensándolo mejor, sería más apropiada la sinfonía Pastoral) con niñitos correteando por el verde pasto y la cámara girando al compás del aparato regador.
Como quiera que sea, el punto que concierne directamente a esta columna es el de la promocionada violación. Y ahí sí, independientemente del análisis artístico, hay que señalar la mala fe y el regodeo con que esa escena está formulada. No vamos a descubrir aquí que la violación es un crimen gravísimo que atenta contra un derecho humano básico –cual es la libertad sexual– y que suele dejar en sus víctimas –cuando no son asesinadas– serias secuelas físicas y psicológicas debidas a los golpes, el terror, la humillación que acompañan habitualmente a esta manera masculina de aprovecharse de una mayor fuerza muscular. Pues bien, Noé elige a una sex-symbol como Monica Bellucci, le hace llevar un vestido satinado adherente de finos breteles: recuérdese ese mito sexista que sostiene que ellas provocan el ataque (algo habrán hecho). Para que no queden dudas sobre esta presunta proclividad femenina a exponerse, tarde en la noche parisina la hace atravesar un túnel solitario y oscuro ¡donde se topa con un proxeneta! Y cuando ocurre el brutal atropello, deja que la cámara quieta capte todos los movimientos del violador que –al revés de lo que indican las estadísticas– se toma su tiempo, se calienta, habla dando detalles de su accionar e insultándola (mientras que ella, tapada su boca, apenas aúlla sofocadamente). Si aquí no hay morbo y ánimo de excitar a cierto tipo de espectadores con alma de valijeros....
Si Irreversible puede alentar la agresión sexual contra las mujeres, como contrapartida parece oportuno citar films con una actitud opuesta, de neto repudio hacia ese crimen vil y cobarde: Angel de venganza (1981) deAbel Ferrara; Pecados de guerra (1989) de Brian De Palma; Acusados (1988) de Jonathan Kaplan, y, entre otros, obviamente el muy didáctico El amor violado, de Yannick Bellon.