Vie 23.05.2003
las12

TALK SHOW

mujer joven, aristocrática, soltera busca

Sin el boato de nuevo rico de Martin Scorsese en La edad de la inocencia (1993), el singular Terence Davies supo aprehender y reflejar con mayor exactitud el universo de la magistral Edith Wharton (foto) en una preciosa película que lleva el título de la novela original: La casa de la alegría (2000; el libro es de 1905). Aunque nada relativo a la percepción de voces diferentes de la suya debería sorprender en un poeta cineasta tan intuitivo, vale apuntar que Davies, inglés que viene de la clase baja de Liverpool, se las arregló maravillosamente para rodar este film –que como La edad... retrata con mirada muy crítica la alta sociedad neoyorquina entre fines del XIX y comienzos del XX– en Glasgow.
Para esta coproducción, Davies dispuso de colaboradores insuperables como Remi Adefarasin en la iluminación, que evoca los cuadros de John Singer Sargent, la dirección de arte de Diane Dancklefsen, el vestuario de Monica Howe. Y un elenco perfecto en su heterogeneidad que reúne a Eric Stoltz, Dan Aykroy, Anthony LaPaglia, Laura Linley, Eleanor Bron... Pero ciertamente es Gillian Anderson –añares constreñido su talento detrás de la Scully de los “Expedientes X”– quien deslumbra por la hondura y los delicados matices con que comunica la transformación de su personaje, la convicción con que encarna a una dama joven que trasgrede algunas convenciones de su clase sin atinar a quitarse el corsé victoriano que la aprisiona.
Menos independiente y audaz que la condesa Olenska de La edad... (novela de 1920), Lily Bart, la protagonista de La casa... –título que remite a un pasaje bíblico: “en el corazón de los necios está la casa de la alegría”–, tiene 29, es huérfana, depende económicamente de una tía gazmoña y debería casarse lo antes posible con un señor pudiente. Así está escrito en su destino de chica bien. Pero Lily se insubordina hasta ahí: fuma, juega, festeja a tipos casados sin pasar a mayores. En fin, que no guarda las formas exigidas por esa tribu “que temía más al escándalo que a la enfermedad”, según Wharton. Lily juega por dinero y con fuego, se endeuda, cae en la trampa de un financista que quiere cobrar en favores sexuales, ama de verdad a un indeciso abogado pero se humilla –ya desesperada por dinero y destruida inmerecidamente su reputación por una amiga desleal– ante el magnate que le había ofrecido matrimonio y ahora la rechaza. Desafortunada en todo sentido, sin experiencia ni preparación, busca trabajo, primero como secretaria de una señora próspera, luego en un taller de sombreros. Al igual que Archer en La edad..., Lily siente que las normas la han maniatado y vencido.
Edith Wharton (1862-1937), neoyorquina hija de aristócratas bostonianos, aunque personalmente logró zafar a través de la creación literaria, mantuvo siempre un lúcido pesimismo al abordar las posibilidades de la mujer en ese círculo tan cerrado y tradicional. “Lo más distintivo y quizá más innovador fue lo que hoy llamaríamos su visión feminista”, dice Teresa Gómez Reus en el epílogo del excelente volumen de relatos La carta (Ediciones del Bronce, Barcelona). Primera mujer ganadora del Pulitzer y del Premio Nacional de Literatura de los Estados Unidos, E. W. lo tuvo casi todo: popularidad, elogios (su amigo Henry James hablaba de su “diabólica destreza y calidad de intención”) y vida de castillo en Francia, donde se instaló después de su divorcio.
De Terence Davies apenas queda espacio para decir que está realmente a la altura, que su compromiso afectivo, moral y estético ha generado un film bellamente doloroso que se proyectará por Movie City el 30 de mayo a las 3.30 y a las 15.05, el 16 de junio a las 10.50 y el siguiente 22 a las 16.15. Si no tienen esta señal, alcancen un casete de video a algún/a amigo/a para que se los grabe porque de verdad es imperdible.

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