Vie 18.07.2003
las12

TALK SHOW

Darse la mano

› Por Moira Soto

Si los grandes no pueden entenderse, quizá los chicos sí, pensaron en algún momento Justine Shapiro y BZ Goldberg, ella californiana, el judío norteamericano, en sociedad con Carlos Bolado, mexicano, marido de ella. Los tres codirigieron el documental Promesas, un aparentemente sencillo experimento: registrar por separado testimonios de niños palestinos y judíos que viven cerca o en Jerusalén, y luego intentar reunirlos y ver si era posible la convivencia, el intercambio, el afecto por encima de los mutuos prejuicios y resentimientos que habían mamado desde chiquitos. Lamentablemente, por algún motivo que no se aclara en los reportajes, los hacedores de este documental que se estrena próximamente no incluyeron un cupo aceptable de niñas. Ni siquiera el que se registra en la realización (un tercio femenino) y apenas una chica –despierta, sensible y reflexiva-, Sanabel, expresa sus ideas y sentimientos entre seis varones (dos de ellos en la foto). Es cierto que en una secuencia aparece casi casualmente otra nena, la hermana menor de Moishe, judío religioso que juega con la computadora (él es uno de los entrevistados, claro) mientras que ella, hacendosa, pone la mesa, explica los rituales del Sabbath y da detalles acerca de cómo será un día de su vida cuando sea grande y casada (cocinar, servir la mesa, rezar, llevar a los hijos al parque, servir otra comida, rezar, estar con el marido), sin rozar el tema central de la película, la relación entre judíos y palestinos.
Promesas fue rodado en 1999, más un epílogo en 2001, y BZ aparece en pantalla como relator, conversa con los niños y la niña, y va de la zona de refugiados palestinos a Jerusalén sin problemas gracias a su identificación como judío. Tanto él como Justine Shapiro y Carlos Bolado dan pruebas de una actitud genuinamente democrática y comprensiva hacia la situación de los palestinos, reconociendo las diferencias culturales sin establecer jerarquías de valor. Los chicos, en general, se presentan con las ideas recibidas de sus mayores, con el miedo a la violencia incorporado como forma de vida, algunos marcados por un dogmatismo que confiesan con franqueza. La película fue filmada, se informa, en un momentos de paz relativa, y dos años después, los chicos retoman el diálogo.
BZ atiende y comprende las razones de árabes y judíos, especialmente las de los palestinos, y desde su papel de entrevistador deja a los chicos expresarse libremente, consigue de ellos que no posen para la cámara, respeta sus emociones. El padre periodista de Sanabel está en la cárcel desde hace dos años, es líder del Frente Popular de Liberación Palestina, y ella espera sus cartas con ansiedad, va a visitarlo a la cárcel después de mucha penurias y tensiones. Pero Sanabel no se achica, concurre a manifestaciones, aprende danzas tradicionales que cuentan la historia de su pueblo.
Las mismas danzas que cuando se produce la reunión de todos los chicos, ella le enseña a BZ. Todos comparten comidas y juegos, superan justificados resquemores, se ríen, intercambian. “En el lugar de ustedes estaría destrozado por dentro”, le dice el niño judío al palestino, quien a su vez se manifiesta dispuesto a vivir todos juntos, aunque no le devuelvan su tierra. Dos años después, más serios, coinciden en que cada vez hay menos posibilidades de paz, más necesidades de respeto mutuo.

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