TALK SHOW
La clemencia del poder
› Por Moira Soto
Venía de sufrir –con alta calidad interpretativa– la forzada peregrinación marítima de El Holandés errante en la innovadora puesta de Suárez Marzal-Kuitca, y ahora está como unas Pascuas frente a los merecidos laureles que cosecha desde el 21 pasado merced a su impactante puesta de La clemenza di Tito. Es que el cantante y director de escena Marcelo Lombardero pudo concretar su propósito de revalorar una bellísima ópera de Mozart “con fama de plomo” llevando a cabo ideas muy personales, con la feliz convergencia de un grupo de profesionales que entendieron sus intenciones y contribuyeron talentosamente a llevarlas a escena. Con conceptos claros y democráticos acerca de la ópera como espectáculo popular, convocó a gente que no es estrictamente del palo operístico, como Daniel Feijoo –escenógrafo de gran eclecticismo– y Horacio Efron, diseñador de iluminación en distintas áreas del espectáculo. En cuanto a la vestuarista, la encontró muy cerca: es su mujer, Luciana Gutman, que ha incursionado en la ópera y últimamente se distinguió por trabajos teatrales. En la dirección musical, otra dama: Susana Frangi, de intensa y diversificada carrera, aquí y en el exterior.
La clemenza di Tito fue compuesta para celebrar la coronación de Leopoldo II como rey de Bohemia, y refiere las intrigas de Vitellia, una chica despechada porque el emperador romano del título (siglo I de nuestra era) ha preferido a Servilia para desposarla. Con alma de femme fatale, Vitellia seduce al joven milico Sesto con el fin de que ejecute la venganza (muerte de Tito, incendio del Capitolio). Pero he aquí que Sesto, muchacho de gran corazón, ama tiernamente a Tito, por lo que la maquinadora debe extremar sus recursos para convencerlo. Lo logra, claro, que para algo es fatal, pero hay un equívoco: Tito no es el acribillado, está vivo, y como Servilia ama a Annio, decide casarse con Vitellia. Sesto es procesado y condenado a muerte, pero no deschava a Vitellia, que se conmueve y arrepiente. El magnánimo Tito perdona a los culpables ante la aprobación de su entorno. Con este material argumental entre manos, maravillosamente musicalizado por si hace falta aclararlo, Lombardero hizo una actualizada y libre relectura sobre la que trabajó durante largos meses para darle forma junto a sus colaboradores. Así, el proyecto se fue puliendo, esmaltando, decantando hasta alcanzar la espléndida madurez que luce en estos días sobre el escenario del teatro Avenida (ojo, quedan sólo dos funciones, hoy y mañana, con posibilidades de que se agregue otra el domingo).
Entre lo mucho destacable de esta puesta figura el sutil acierto con que el director condujo a las cantantes Cecilia Díaz y Adriana Mastrángelo (que alternan el papel de Sesto, originalmente escrito para un castrato), y a Cecilia Aguirre Paz y Mastrángelo (que hacen lo propio con Annio), con impecable rendimiento (al igual que las intérpretes de Vitellia, Virginia Correa y Carla Filipcic; y de Servilia, Graciela Oddone y Sonia Stelman). Conocedor de las dificultades de credibilidad que suelen tener las actrices y/o cantantes que componen personajes masculinos, optó por trabajar la ambigüedad juvenil: “Primero me dediqué a las formas externas: posturas, gestos, la pelvis hacia fuera, el peso del cuerpo en otro lugar, los puños cerrados, elementos que sirvieron de soporte para la actuación”. Asimismo, las chicas, que nunca habían tocado un arma, aprendieron a familiarizarse con los revólveres. Por otra parte, la ambivalencia sexual también aparece en el trazado de los personajes: Sesto, el influenciable, a la hora de la contrición hace oír su queja de amor por Tito (“la escena entre el emperador y su amigo infiel es claramente homosexual: tuve que cuidar que Sesto no se ablandara y en cambio feminizar a Tito”, explica el puestista). La mirada crítica y distanciada de Lombardero pone en tela de juicio la presunta clemencia de Tito, cuestionando al gobernante carismático que acepta el chupamedismo de su corte. Porque en el segundo acto, lo que empezó en época contemporánea (foto) con precisas alusiones a la era imperial, se desplaza en el tiempo y transcurre en una rutilante y acicalada corte del XVIII europeo, con señores de tacones y todo. No por azar, los perfiles arquitectónicos de la escenografía se identifican sugerentemente con el fascismo...