› Por Roxana Sandá
Siempre te tuve ganas, rubia. Y ahora vas a cobrar.” E inmediatamente después de ese grito de guerra, comenzó en una calle de Mataderos, a la vista de los vecinos, un ajuste de cuentas entre chicas de 16 años. Ni delincuentes, ni extrañas, ni siquiera grandes enemigas. Las chicas eran y siguen siendo vecinas de la cuadra. Lo único que ha cambiado es que ahora las dos saben perfectamente que la violencia –antes reservada para el patoteo masculino– es una forma más de dirimir conflictos. La que inició la pelea tenía, como en las clásicas riñas de varones, una amiga que le hacía el aguante. La víctima, María Laura Rodríguez, que terminó internada en el Hospital Santojanni, lo recuerda así: “Me trabaron entre las dos y mientras una me sostenía, la otra me trompeaba y me pegaba patadas en la cabeza. Yo sólo sentía que me quemaba todo el cuerpo, supongo que de dolor, por la impotencia de no poder defenderme y un poco por la humillación que me provocaba ese público de vecinos”. En el hospital le dijeron que tenía que hacer la denuncia en la comisaría y allí le advirtieron que “lo único que ellos podían hacer era retarla, no mucho más que cuando se separa a dos chicos que se trompean en la calle”.
Pero no son dos chicos y no son un caso aislado. Las peleas entre mujeres, antes reservadas al imaginario erótico masculino, son una de las maneras de expresar la insatisfacción en la población adolescente de hoy. Siempre hay razones para la bronca, especialmente durante esta etapa de la vida cuando, además, a pesar nuestro, el grupo nos asigna un rol demasiado fijo y no siempre demasiado simpático. Si María Laura –la víctima– era la linda, la cheta, la perfecta, Sonia –la agresora– era La Cacho, la gorda, la que se había desarrollado abruptamente sin la menor posibilidad de controlar su propia imagen. Descargar la bronca con trompadas ha sido, históricamente, una actividad privativa y hasta obligada de los chicos. El progresivo borramiento de los límites entre los géneros, con todo lo positivo que implica, no ha tenido como consecuencia la erradicación de la violencia, en todo caso, la ha convertido en unisex. María Laura, cuando hace un balance de lo sucedido, resume esta apertura en el menú de las agresiones: “Las dos deseábamos algo que la otra tenía. Yo admiraba su libertad y ella pensaba que yo vivía en un mundo rosa. La diferencia es que a mí, con la antipatía, la burla, me bastaba y en cambio ella necesitaba borrarme del mapa. Como era imposible, eligió desfigurarme”.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux