› Por Moira Soto
Por supuesto que sí, ya lo decía Susan Faludi en 1991 (Reacción, Editorial Planeta): tanto insistir con esto de querer ser autónomas, tener igualdad de derechos, lograr uno o más títulos, no escuchar el reloj biológico... Y miren un poquito lo que han conseguido: quedarse sin amor, sin marido, igual que la pobre solterona de la vida trunca a la que compadecía Cadícamo en 1928.
Al menos, así te la venden las revistas femeninas y la prensa en general. Basta que aparezca algún informe, aunque sea trucho como aquel famoso de Newsweek del 2 de junio de 1986 –sí, hace veinte años era igual la presión sobre las solteras, solas, descasadas, descastadas– que anunciaba catastróficamente: “Si usted es soltera, he aquí sus probabilidades de casarse”. Naturalmente, nulas: las que creían tenerlo todo nunca tendrán un compañero, era el veredicto final, a ver si se entendía el mensaje. A las más negadoras, se les aclaraba: “Las solteras tienen más probabilidades de ser asesinadas por un terrorista que de casarse”. Bien por Newsweek, carajo, así hay que hablarles a las que abrieron la caja de Pandora y ahora las van a matar por no haberse casado a tiempo y en consecuencia carecen de un caballero andante que las proteja”.
Mujeres solas: la expresión ya suena culpabilizadora: “Algo hiciste mal, nena”, te está diciendo. “Estás en falta, estás infringiendo una regla del destino anatómico que dice que la carrera número uno de la mujer, la única que da sentido a su vida y la completa, es el matrimonio”. Con hijos, de ser posible, que ahora hay mil tratamientos, no te podés excusar. ¿Que te divorciaste y vivís con tus tres chicos? No importa, estás en la categoría de sola. ¿Qué tenés un millón de amigas y de amigos que te rebancan? No te engañes, seguís siendo una sola y, la verdad, das un poquito de pena. Es que falta una compañía masculina en tu vida cotidiana, un jefe de hogar, caramba. Mejor malcasada que descasada, así son las cosas. Hasta el portero lo sabe.
Solas y todo, es decir, solteras, singles, separadas, divorciadas y todas aquellas que no disponen de pareja masculina estable, las mujeres viven más años que los casados (que parece que es la condición de todos los hombres, porque nunca se trata la problemática de los solos). Solas y todo, las mujeres compran más libros, van más a la universidad que los varones, son amplia mayoría en las salas teatrales, exposiciones, conciertos, salen a menudo con sus amigas. Muchas incluso no se sienten bichos raros y han formado su propio clan al ser excluidas de las reuniones de matrimonios como Dios manda porque han perdido a un hombre (o se los han quitado de encima, según el caso). Algunas en esta situación hasta tienen el tupé de creer que han aprendido a ganarse a sí mismas.
En fin, que para vestir santos están los sacristanes y que, como decía el muchacho Baudelaire, el que no sabe poblar la soledad estará solo aun en medio de la multitud. Soledad que por otra parte puede ser considerada un lujo en muchas oportunidades. Pero no por los hombres, a quienes les hace mejor a la salud física y mental (hay estadísticas médicas serias) estar casados por esa historia de la parte doméstica solucionada. Por otra parte, dicen los geriatras que los viudos mayores recientes se vienen abajo, mientras que las viudas florecen (salvo las que tienen corazón, obvio).
Las que así lo deseen, sea cual fuere su condición, acaso harían bien en seguir los consejos del Discurso sobre la felicidad de Madame du Châtelet. A saber: para ser felices tendríamos que deshacernos de nuestros prejuicios, cultivar inclinaciones y pasiones, ser propensas a la ilusión, pues justamente a la ilusión le debemos la mayor parte de los momentos placenteros.
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