Leandro tiene un año y nueve meses y mueve el pie para adelante y para atrás. Baila bajando y subiendo el cuerpo y pide “mamá” porque quiere la mirada atenta. Después, sus brazos se cruzan hasta juntarse sus codos en una coreografía danzada (y disfrutada) con Carolina Florencia Pérez, su mamá. A ella, bailar con él es lo que más le gusta. Y dejar de ir a bailar fue uno de los sacrificios de quedarse embarazada a los 16. Sin embargo, su embarazo no fue accidental. “Inconscientemente sabíamos lo que podía pasar desde el momento de tener relaciones sin cuidarnos”, explica Carolina en un plural que incluye a Maximiliano, su novio, que tenía 17 años en el momento en que se convirtió en papá. Ellos siguen juntos y soñando con dos trabajos, una casita y una familia para tres, pero, todavía, Carolina vive con su papá (Hugo) y su mamá (Mary) en Barracas y Maximiliano en Isidro Casanova.
Carolina le enseña a contar autitos a Leandro y está feliz con su hijo. Aunque tiene una cuenta pendiente: terminar el secundario. “Yo estaba en tercer año, en una escuela de Barracas, cuando me quedé embarazada. Tenía tanto sueño que me quedaba dormida en el banco y repetí. Mis viejos siempre me apoyaron en todo y mantienen al nene, pero los dos trabajan y, a pesar que en la escuela (el Normal Nº 5 de Barracas) nunca me discriminaron ni me expulsaron, ya no tenía a nadie con quien dejar a Leandro para poder estudiar. Así que dejé”, cuenta Carolina, que no tuvo la oportunidad de asistir a un colegio con jardín para no depender de brazos familiares. “Yo antes quería ir a la facultad y estudiar veterinaria, pero ahora pienso distinto. Soy una madraza y quiero poder darle todos los gustos. No me arrepiento de nada. Pero, sí, me gustaría poder terminar el secundario.”
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