Maternidad adolescente = deserción escolar = pobreza. La idea de que un embarazo precoz es una cuenta exacta que deriva en un fracaso seguro está empezando a ser discutida. “No hay nada en el embarazo o en la maternidad adolescente que por sí mismos los convierta en situaciones que devengan en pobreza, sino que son las desigualdades y fragilidades en tanto pobres, mujeres, adolescentes y madres las que se anteponen”, delimita Paula Fainsod en el libro Embarazo y maternidad adolescente en la escuela media (una discusión sobre las miradas deterministas de las trayectorias escolares de adolescentes embarazadas y madres en contextos de pobreza), de Editorial Miño y Dávila. Paula es licenciada en Ciencias de la Educación y becaria de un doctorado de la UBA. En su libro también acentúa la idea de que la estigmatización a las adolescentes madres no es azarosa. “Se erigen cada vez con más fuerza discursos que, en sintonía con las embestidas neoliberales, insisten en explicar las exclusiones y desigualdades sociales como parte de una lógica natural e inevitable.” Si el destino no está marcado, el fracaso tampoco.
–¿Qué prejuicios recaen sobre las adolescentes embarazadas y la escolaridad?
–Está fuertemente instalada la concepción de que a partir del embarazo, indefectiblemente, se produce el abandono escolar. Esta idea se asienta en algunos prejuicios como que por la edad se genera un riesgo de salud, que se pierde el interés en los estudios, que declina el rendimiento educativo, que si se dedican a sus hijos no pueden realizar otras actividades, que una madre adolescente es sinónimo de madre soltera o madre sola y que las adolescentes son inmaduras para afrontar este proceso.
–¿Cuál es la otra realidad con la que te encontraste?
–En los relatos de las adolescentes que entrevisté se encuentran situaciones diferentes que dan cuenta de condiciones de desigualdad que, en algunos casos, se profundizan a partir del embarazo o de tener un hijo. Pero no todas las adolescentes viven del mismo modo sus embarazos y sus maternidades, ni su relación con la escuela. Lo importante es que la edad en sí no es lo que lleva necesariamente al abandono de los estudios.
Son las condiciones económicas, sociales y culturales las que marcan la vulnerabilidad educativa y laboral. Cuando las escuelas abren las puertas, cuando hay una trama familiar que sostiene, cuando las instituciones sociales plantean estrategias para acompañar a las adolescentes, la vulnerabilidad educativa disminuye mucho. Hay muchas chicas que, a partir del embarazo, dejan sus estudios y hay muchas otras que resignifican la escuela y se comprometen más con el estudio.
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