Vie 17.07.2009
las12

Pueblo chico y femicidios grandes

La maestra Alejandra Cugno siempre levantaba a la gente que hacía dedo en la ruta mientras volvía de su escuela a su casa. José Luis Baroni tenía estudiada la solidaridad de Alejandra y planeó violarla. La mató y los medios hablaron de su asesinato y de otros supuestos “crímenes pasionales”. Pero no mencionaron que la muerte de Alejandra se trataba de un femicidio. En cambio, sí se preguntaron si ella conocía a su agresor y si lo había saludado con un beso. El femicidio, además, delata la precariedad laboral de muchas otras maestras y los antecedentes en otros episodios de violencia sexual del asesino.

› Por Sonia Tessa

desde Santa Fe

La sonrisa amplia de Alejandra Cugno, la sonrisa que mostraba la foto con la que se solicitaban los datos de su paradero en los cinco días que duró la incertidumbre de su destino, le puso rostro al horror del femicidio: una mujer muerta por ser mujer. Alejandra era directora de la Escuela 268, de Cañada Rosquín, un pueblo del centro de la provincia de Santa Fe, y la mató un casi desconocido, al que había levantado cuando hacía dedo en un camino rural. Siempre llevaba a distinta gente en su auto cuando recorría los 45 kilómetros que separaban su lugar de trabajo de San Jorge, donde estaba su casa. Su madre –Belkis Bolatti, de 80 años– le recriminaba que abriera las puertas de su auto y ahora lamenta que fuera “tan confiada”. Pero ella había podido viajar de ese modo cuando era una maestra rural sin automóvil propio y, ahora, sentía que debía retribuirlo.

José Luis Baroni se subió en la ruta, la amenazó con un cuchillo y la llevó por caminos rurales perdidos, en el baúl del auto. Había ido a buscarla, sabía lo que iba a hacer: que iba a violarla. Ya sabía que Alejandra siempre levantaba a la gente que hacía dedo. Y Baroni tenía un antecedente demasiado similar que había quedado impune en Devoto, su pueblo cordobés.

El crimen sí, pero la palabra femicidio no apareció en casi ningún medio nacional ni provincial. El mismo día que encontraron el cadáver de Alejandra, el viernes pasado, en Rosario, Pablo Suárez mató a puñaladas a Olga Herrera, de 39 años, su ex pareja. El diario de mayor circulación de la provincia lo calificó como “crimen pasional”.

Con Alejandra, donde terció rápidamente el gremio docente, Amsafé, la labor policial fue rápida y contundente. Sin embargo, la difusión pública de los datos –durante los días de incertidumbre de su paradero– subrayó que la docente había saludado con un beso al hombre que subió a su auto. Todavía no se conocía la historia completa, pero las dudas revertidas sobre la víctima siempre aparecen en los femicidios. Un artículo de Veselka Medich y Beatriz Argiroffo, de la comisión de Género de Amsafé Rosario, indica que “en el caso de la docente de San Jorge, asesinada por una persona que ella levantó mientras hacía dedo en la ruta, se encuadra como femicidio. Pensar, mencionar, comentar si la víctima conocía al agresor, si tenía una relación previa con él, es entrar en la lógica justificatoria, es poner en duda cuán víctima es la víctima”. Para estas activistas gremiales, “la situación se complica por la irregularidad de la situación laboral de la docente, residente en San Jorge, pero que trabajaba como directora en Cañada Rosquín, a 45 kilómetros. En mayo del 2003 la que hacía dedo era la maestra: Daniela Spárvoli trabajaba en Villa Eloísa y vivía en Cañada de Gómez”. El asesinato de Daniela Spárvoli demoró muchísimo más en esclarecerse. Durante cinco años, Juan Pablo Carrascal, el asesino, estuvo libre. Viajó a Mendoza para esconderse. Y fue el valiente testimonio de una chica que había sido agredida por él lo que permitió encontrarlo. Pero antes, después del crimen, se había dejado pasar un dato esencial: la camioneta Renault Express azul en la que el único testigo dijo haberla visto subir. Carrascal fue apresado el año pasado, el ADN fue positivo, y así se esclareció el crimen, aunque la madre de Daniela, Marta Ferreyra, está segura de que Carrascal no actuó solo y espera que encuentren al otro asesino.

En cambio, Baroni fue detenido en apenas cinco días. La docente de 42 años había desaparecido el lunes a las 17.30, cuando volvía en su auto desde su trabajo hacia San Jorge, una ciudad de 15 mil habitantes. Los dos son pueblos del centro de la provincia de Santa Fe, en el departamento San Martín, lindero con Córdoba. Allí la gente se conoce, y muchos viajan de un lugar a otro porque las actividades están entrelazadas entre los distintos pueblos. El lunes a la noche, como Alejandra no llegaba, la madre fue rápidamente a realizar la denuncia policial. El mismo martes, la policía encontró el Fiat Uno de la docente frente a la Terminal de Omnibus de San Francisco, en el límite entre Córdoba y Santa Fe. Desde entonces, más de 100 efectivos policiales de las dos provincias rastrillaron toda la zona en busca de rastros. Fueron encontrando prendas y el chip del celular, testigos. La acción policial permitió contar con un sospechoso en apenas tres días y la difusión de la foto de José “Colorado” Baroni por todos los medios logró, también, que pudieran apresarlo el viernes a la noche. El cuerpo fue encontrado en un aljibe de una vivienda rural abandonada en la localidad de Landetta, dentro de la misma zona, justo mientras las autoridades policiales daban una conferencia de prensa sobre las novedades del caso, que se resolvió en una semana. Al día siguiente de su captura, el acusado confesó el delito ante la policía. Contó cómo había amenazado a la docente, que lo había llevado varias veces en su auto e incluso una vez le había prestado 20 pesos porque él no tenía dinero. Y relató cómo intentó violar y mató a Alejandra. El martes pasado declaró ante el juez José Manuel García Porta parte de este infierno.

Baroni es un peón rural que vive en Piamonte, a 50 kilómetros de San Jorge. Tiene cinco hijos y fue su pareja quien le dio a la policía las fotos que permitieron identificarlo. En una de las imágenes está rubio, sonriente. En la otra, serio y con más kilos, morocho. Gracias a esas fotografías, un vecino de San Justo le avisó a la policía que había un hombre muy parecido merodeando por la zona. Baroni estaba a punto de escapar una vez más, hacia Malabrigo, pero lo apresaron antes.

La foto de Baroni permitió algo más. Elena Banz, una mujer que fue atacada por el mismo hombre hace 15 años y sobrevivió de milagro, pudo reconocerlo. Y aunque entonces la policía identificó enseguida al agresor como el “Colorado” Baroni, el acusado no tiene un pedido de captura por aquel delito. Banz salió rápidamente a denunciar por todos los medios lo ocurrido. Ella era remisera en aquel entonces, el 13 de enero de 1994, cuando el hombre se subió a su auto y le pidió que fueran a una zona rural de Devoto, en la provincia de Córdoba. “En este pueblo nos conocemos todos, pero yo nunca lo había visto”, dice Elena por teléfono. Lo cierto es que aquella tarde veraniega, como a las 3, ella se encontró de golpe con un cuchillo de cocina en el cuello. “Ahora vas a hacer todo lo que yo quiera”, le dijo Baroni, y la obligó a transitar en el auto por caminos rurales. Cuando llegó al lugar elegido le pidió que se desnudara. Ella se negó, pero él comenzó a golpearla. Cuando se le pregunta por el abuso sexual, ella pide respeto a su intimidad. “Hay cosas que sólo sabe el juez”, elude Elena. Lo cierto es que el hombre la golpeó y cuando ella se desvaneció, la tapó con yuyos, creyendo que estaba muerta. Ella se despertó y se movió, entonces el hombre le pegó con un palo en la cabeza. Elena volvió a desvanecerse, y cuando recuperó el conocimiento, decidió no abrir los ojos, porque lo oía moverse a su alrededor. Luego, cuando escuchó alejarse el auto, comenzó a arrastrarse por el campo hasta que una mujer la rescató, y la llevó hasta la clínica del pueblo. Allí el médico la asistió y llamó a la policía. Cuando ella contó lo ocurrido y describió al agresor, los efectivos del pueblo fueron a buscar algunas fotos de prontuario. Ella no dudó al identificarlo. “Es el Colorado Baroni”, le dijeron. “Durante años yo pregunté qué había pasado, pero me dijeron que no lo habían podido encontrar. Yo confié en la justicia de Dios, pensé que alguna vez iba a caer. Y ahora, cuando vi la foto, no lo podía creer, fue un golpe tremendo”, expresa Elena, tras relatar lo vivido con lujo de detalles. “Ni un solo día me puedo olvidar de aquello, no hay psicóloga que valga”, dice Elena, confiada en que su historia sirva como agravante en la condena de Baroni.

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