De fábula moral en la Edad Media a fantasía porno del siglo XX (y XXI), Caperucita sigue resistiendo interpretaciones, versiones, ideologías y vulgaridades.
› Por Mariana Enriquez
En la Edad Media, no había lugar más peligroso que el bosque. Allí estaban los asaltantes, los animales salvajes, las brujas, los hechiceros que podían robarle a uno el alma o la sangre para hacer oro o pociones. Es por eso que Caperucita Roja es un cuento de prevención, aleccionador, para evitar, precisamente, las “emboscadas”, tanto de bestias como de humanos. Es también el cuento folklórico más antiguo de Europa, y el que más versiones ha conseguido: se conoce al menos desde el siglo XIV en Italia y Francia. Pero entonces las versiones eran diferentes, y bastante más bestiales: en muchas, el lobo no era tal, sino un licántropo (humano que se convierte en lobo con la luna llena, lo que además resultaría funcional a los juicios por licantropía que se llevaron a cabo durante aquellos siglos) o un ogro. Y se comía a la abuela, que no salía viva y entera del vientre, sino en jirones, que el lobo-hombre daba de comer a Caperucita, involuntaria caníbal de su propia familia. En otras, el lobo se comía a la niña, previamente obligada a quedar desnuda, y punto final: un cierre mucho más efectivo cuando la idea era prevenir excursiones al peligroso bosque que el de la versión endulzada y apta para niños (o semiapta, porque, en serio, es bastante brutal la historia de Caperucita) que finalmente recogieron y adaptaron los hermanos Grimm, la más común por estos días.
La caperucita, a todo esto, fue un detalle introducido por el otro gran célebre recopilador de la tradición oral, Charles Perrault, que inventó la capita en su versión de la historia de 1697. Que no tiene final feliz, porque la niña acaba devorada. La más leve versión de los Grimm es muy posterior, de 1857.
El cuento, con todos sus subtextos de sexualidad, seducción, rito de pasaje de pubertad a adolescencia o adultez, bestialidad, jugueteo, miedo, peligro –la cama, el lobo, la caperuza roja, los dientes tan grandes, el travestismo del lobo– nunca dejó de ser parte de la imaginación occidental. De las del siglo XX, quizás una de las versiones más interesantes sea el cuento “En compañía de lobos” de Angela Carter, editado en 1977. Allí Caperucita, que tiene su primera menstruación, es seducida por un hombre lobo que se comió a su abuela, pero en vez de huir acaba acostándose con él. La versión para cine del irlandés Neil Jordan, de 1984, es algo distinta, pero conserva un tono de sexualidad desbordante. Mucho antes, en 1922, el infalible Walt Disney había hecho una versión en blanco y negro, pero misteriosamente es casi inconseguible por falta de copias. En los ‘40, Tex Avery (creador de Bugs Bunny y El Pato Lucas) hizo su versión urbana y adulta, Red Hot Riding Hood, donde el lobo se enamora de una cantante de night club llamada Red.
Fuera de la animación, Liza Minelli protagonizó una versión revisionista para televisión en 1965, con Vic Damone como el cazador que viene a salvarla: se llama La Navidad peligrosa de Caperucita, y está contada desde el punto de vista del lobo. Desde entonces las citas y versiones en cine son incontables (desde extraños cortos arty como A Wicked Tale del director nacido en Singapur Tzang Merwyin Tong, hasta la trilogía mexicana de los años ‘60 de Roberto Rodríguez), pero quizá la que esté más cerca en el tiempo sea la modernización (y cambio) de roles planteada en Hard Candy (2005), con la talentosa Ellen Page. La chica, una adolescente, aparecía con capucha roja desde el cartel de la película y durante toda la primera parte del film. Por internet esta Caperucita moderna rastrea a los nuevos lobos, que serían los pedófilos. Encuentra a uno, que es fotógrafo de modas, se cita con él y pretende ser seducida, hasta que el seductor se encuentra indefenso y luego violentado hasta la mutilación por la adolescente, convertida en loba indignada y feroz. Este año, se supo que Leonardo Di Caprio quería producir una versión adulta (de horror) de Caperucita, basada en la versión macabra de Perrault. Muchos se ilusionaron con la dirección de Tim Burton, pero desde mayo que no hay nuevas noticias sobre el proyecto.
La niña-jovencita de la caperuza llegó, claro, a la publicidad: la más famosa de todas las hechas para televisión es la que dirigió Luc Besson con música de Danny Elffman (el colaborador de Tim Burton) y protagónico de la modelo Estella Warren. Pero también hay un lapiz labial de Max Factor llamado Little Hood Red (“Caperucita roja” en inglés) y Kim Cattrall, de Sex & The City, interpretó a la chica, ya crecida, en un comercial de Pepsi.
No podía faltar, entonces, entre tanta sexualidad y noción de lo prohibido infiltrada en el mundo del pop y el consumo, la versión porno de Caperucita Roja. Es claro: hay cientos, quizá miles, ¿cómo contabilizar en el mundo tan vasto del cine XXX? Lo que puede encontrarse en cualquier sex shop, claro, es el traje rojo. Y con un poco más de dinero, el traje de lobo. ¿Habrá fiestas que incluyan abuela y guadabosques?
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