› Por Facundo Blestcher *
La violencia ejercida sobre las madres produce efectos sobre las subjetividades de hijos e hijas que dependerán de una multiplicidad de factores: el momento de la constitución psíquica, la trama de fantasías inconscientes e identificaciones, las modalidades de los vínculos y los imaginarios sociales dominantes.
En el caso de los hijos varones, sean niños o adolescentes, se advierte una encrucijada compleja: por una parte, ellos mismos se constituyen en víctimas de la violencia que sus madres padecen y, por otra parte, el padre representa un referente significativo en su conformación subjetiva. Esto los coloca en una posición difícil que puede conducir a diferentes desenlaces, ya sean destinatarios o testigos de dicha violencia.
Y, especialmente para los hijos pequeños, la violencia comporta una vivencia traumática que los somete a sufrimientos importantes, incrementa el desvalimiento e intensifica la vivencia de terror. Muchos niños quedan paralizados por la angustia, pasivizados ante el poder del padre, imposibilitados de reaccionar y forzados a padecer en silencio. En estos casos, el padecimiento se expresa por medio de trastornos diversos: terrores nocturnos, problemas escolares, somatizaciones, accidentes y comportamientos agresivos.
Los hijos más grandes, sobre todo adolescentes, pueden verse interpelados ante la violencia que sufren las madres e intervenir para hacerla cesar, incluyéndose en la escena con el fin de defenderlas o de poner límites a la agresión de los padres. A veces, asumen una función protectora que invierte los términos de la asimetría entre adulto e hijo y da origen a padecimientos que pueden permanecer invisibilizados.
El padre ofrece un proyecto identificatorio para el hijo y opera como portavoz de una serie de enunciados que definen la construcción de su masculinidad. Transmite valores, ideales y atributos que prescriben o proscriben determinados comportamientos. El narcisismo masculino se nutre de la valoración que procede de otros varones significativos y de la concordancia con los ideales instituidos.
Las representaciones hegemónicas de la masculinidad fomentan la agresividad y la dominación sobre el otro, naturalizando el ejercicio de la violencia y justificando el sometimiento jerárquico entre los géneros. Por ello, muchos hijos que han sido testigos de violencia ejercida sobre sus madres pueden adoptar una complicidad de género, identificándose con sus padres o repetir a futuro esas mismas modalidades en función de mandatos patriarcales. En otros, se presenta la angustia ante la posibilidad de ser destituidos de su condición masculina por experimentar empatía hacia las madres y tomar partido por ellas. El conflicto entre su identidad como varón y el sufrimiento experimentado por las acciones del padre puede propiciar nuevos posicionamientos subjetivos que eviten la reproducción estereotipada de la historia vivida.
La resolución de esta problemática exige la detección precoz de indicadores de sufrimiento psíquico en los hijos para una adecuada intervención psicoterapéutica, judicial o psicosocial. La Justicia puede operar como instancia reparadora al instalar una legalidad que pauta los vínculos y alivia el sufrimiento de las víctimas.
Se trata, también, de crear condiciones alternativas e innovadoras de subjetivación masculina que denuncien las desigualdades de género que el imaginario patriarcal replica.
* Psicoanalista especialista en clínica de niños y adolescentes. Docente universitario e investigador en temáticas de género.
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