Vie 22.06.2012
las12

El día de la sentencia

› Por Flor Monfort

Laura Nordenstrom fue amiga de Wanda Taddei durante 17 años. Más de la mitad de su vida, y en toda esa porción de vida donde la elección es más fuerte que un destino que puede unir a dos personas porque comparten colegio, club o grupo de amigos. Wanda y Laura no tenían por qué ser amigas, pero se hicieron carne y uña a fuerza de sentir que se encontraron en el mundo. Por eso Laura no puede creer que está sentada en el noveno piso del Tribunal Oral Nº 20, un jueves de junio helado, esperando la sentencia que condenará a Eduardo Vásquez a una pena que ella espera sea prisión perpetua. Su amiga del alma murió quemada hace dos años y cuatro meses.

Se saca el esmalte como un gesto reflejo y saluda al resto con la complicidad dolorosa de un tiempo transitado a los golpes, porque las heridas del fuego terminaron con la vida de su amiga pero siguen supurando. Se abraza con Nadia, la única hermana mujer de Wanda, le agarra las manos porque le tiemblan y la escucha: que no pudo dormir a la noche, que el padre de sus hijos no la apoya en esto de venir al juzgado, que casi no tiene con quién dejarlos. ¿Cómo llegamos a esto?, se preguntan. Porque al horror no se acostumbra nadie, dice Laura. Y las dos se acuerdan de la historia desde el minuto cero, cuando ellos eran adolescentes y los papás de Wanda le prohibieron que lo viera, cuando juntas se enteraron de la tragedia de Cromañón y con la tele como única luz se preguntaron si Eduardo estaría entre las víctimas. Pero Eduardo vivió, y Wanda respiró aliviada cuando se enteró, porque no se había olvidado de él. “Wanda quería salvarlo de tanto dolor, Wanda dio la vida para que Eduardo tenga una casa, se sienta querido, experimente lo que es una familia. Y Eduardo no estaba preparado para eso, por eso la prendió fuego”, dice.

Al tribunal llegaron también otras mujeres, madres, abuelas de Cromañón que no quieren decir su nombre, “porque me conocen hasta las baldosas”, dice una, con un cartel de tantas víctimas de aquella noche de 2004. Su nieta está entre esas víctimas y para ella esta condena es una oportunidad de tener justicia allí donde hoy hay un signo de pregunta. También está la mamá de Fátima Catán, Elsa Gerez, que hace casi dos años pelea porque el asesino de su hija, Martín Santillán, que la quemó con la misma modalidad que usó Vásquez, y usó sus mismos argumentos para zafar, declare aunque sea como testigo de una causa que parece cajoneada. Las chicas de Mujeres al Sur acompañan, en esa red que tejen las mujeres cuando se ven semana a semana, contándose las novedades, intentando que el tiempo no sulfure la paciencia. Beatriz, la mamá de Wanda, llega con Jorge, su marido, su hijo mayor Rubén y su nuera Verónica. Todos tienen los ojos húmedos. Es un pasillo común, la antesala de las últimas palabras de Vásquez antes de la sentencia. Allí también está la hermana del acusado, Lorena, su psicóloga Juliana Lanza, y el hijo del abogado defensor de Vásquez, Martín Gutiérrez, que murió en el medio del juicio y retrasó la sentencia. Todos miran para abajo, también se miran con el otro bando. Algunos quedan sentados al lado, “al lado del enemigo”, dice una mamá de Cromañón, pero se la bancan y esperan que Vásquez hable mientras los ruidos de Tribunales suben desde la calle. “Todos tenemos defectos y virtudes y también nos equivocamos, porque somos seres humanos, pero yo esa noche hice todo lo humanamente posible por evitar, por contenerla, por calmarla, pero no pude, no lo logré. Pero no me borré, no soy un criminal”, dice Vásquez, y su psicóloga asiente con la cabeza. La familia de Wanda se aguanta las ganas de decir algo, sobre todo cuando Vásquez nombra a los hijos de ella, Facundo y Juan Manuel, diciendo que espera que ellos no piensen que él quiso matarla. Aun cuando ellos mismos declararon en Cámara Gesell haber escuchado las agresiones y según diversos testigos le tenían terror a “su Edu”, como se autodenominó Vásquez para los chicos.

Para la sentencia hubo que esperar un poco más. A la tarde el tribunal volvió a juntar al grupo y dio el veredicto en menos de 4 minutos. “Dieciocho años de prisión por considerarlo autor penalmente responsable del delito de homicidio calificado por el vínculo atenuado por su condición de emoción violenta.” Todos se miran. Elsa Gerez llora con un rosario enredado en las manos, Jorge Taddei dice que 18 años no es poco y Rombolá, el abogado de los Taddei, insiste con esperar los fundamentos, aunque no puede ocultar que a él también le resulta raro que hayan apelado a una figura que ni siquiera la defensa pidió sea considerada.

Beatriz consuela a su hija: “Tenemos que seguir”, le dice y Nadia le dice que no, que no da más y lloran abrazadas en la esquina de Lavalle y Libertad, y los medios las acosan y ellas se miran y se piden consuelo. Beatriz se acerca a esta cronista y le dice: “Los jueces lo condenaron pero no pudieron con sus propias creencias. La quemó, sí, pero no pueden pensar que lo hizo de manera premeditada y cruel. Ahí actúa el patriarcado, el machismo, o como se llame. Todo lo que aprendí en estos dos años, que yo también viví en carne propia con mi marido y que todos tenemos tan incorporado, es un camino a desandar: que las mujeres no pertenecemos a los hombres, y que la agresión de ellos no puede estar justificada por ninguna emoción”.

Nota madre

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