De pronto encuentro transformados en palabras hechos que en el silencio se ocultan todos los días. Cómo puedo crear en libertad si ya estoy condenada de antemano ante cualquier acción. Si los fines que se arman en mi mente en vez de ser catapultados para su realización son enterrados ante el poder del otro.

Todas las mañana me despierto con un millón de ideas, como brillantes luces que me enceguecen ante el peligro y me impulsan a seguir luchando. Sé que puedo avanzar en el conocimiento científico todo lo que quiera. Sé que tengo razones más que ingeniosas para resolver conflictos diversos e interrogantes profundos. Sin embargo, todas las noches me acuesto pensando cómo sobreponerme a las objeciones sin fundamento o al manejo de los poderes económicos que me limitan, avasallan y someten.

Sí, lloro muchas veces, por la impotencia de la lucha contra el cinismo, la indiferencia y la mediocridad. Me destroza la falta de compromiso, la ausencia de dignidad y el continuo crecimiento de las mentiras. Cuánto valor para el “ser supremo” tiene la ciencia que realizamos tan egoístamente. Puede surgir algo trascendental de una lucha desigual. O sólo quedan espíritus desgastados que viven ciegos para no ver sus propias miserias.

Si sufrimos las científicas la discriminación de ellos y hasta por parte de otras que llegaron pero no dan lugar a más de ellas. He escuchado que los jóvenes prefieren a los hombres en el papel de jefes, porque ellos son más seguros. O serán ellos más protegidos por los sistemas y conducidos sin mayores obstáculos a las posiciones de poder. ¿Por qué ellas deben mostrarse gélidas, imperturbables, sometidas, o de oscura femineidad, para lograr que se las respete en el intelecto? ¿Será miedo, será egoísmo o será falta de perspectiva de género? Esta permitiría ver que el sumar diversidades multiplica y amplía nuestra visión universal de lo que significa hacer verdadera ciencia.

* CNEA-Conicet.