Lun 09.05.2005
libero

FúTBOL › LAS RAZONES DE LA VICTORIA SANTA

Cambió la actitud y la suerte

› Por Daniel Guiñazú

Del equipo que, de la mano del Bambino Veira, se arrastraba por la cancha no quedaron rastros. Los mismos jugadores de San Lorenzo que estuvieron 15 partidos sin ganar (9 en el Clausura, 6 en la Copa), ayer se atrevieron a bajar a River y a mellarle buena parte de sus chances de salir campeón. ¿Qué pasó para que, en dos fechas, el ánimo cambiara tanto? ¿Llegó a ser tan contraproducente la influencia del Bambino? ¿El interinato de Gabriel Rodríguez como técnico ha obrado milagros en apenas 180 minutos de fútbol?
Algo aparece claro pasada la efervescencia del segundo triunfo de la temporada ante River (en el Apertura ya le había ganado 2-1 en el Monumental). Más allá de las diferencias futbolísticas que hubo, lo que separó a ganadores de perdedores fue una cuestión de actitud. Con la carga de todas sus limitaciones, San Lorenzo jugó una final, ante sí y ante su gente. Semejante racha negativa era intolerable. Había que sacudírsela a como diera lugar. Y así lo hicieron todos. Los jugadores empujando y jugando al límite de sus posibilidades. Los hinchas gritando y alentando sin insultos ni reproches.
El San Lorenzo de Veira era un equipo tembloroso, inseguro, falto de fe en sí mismo. Capaz de chocar sin reacción durante todo un partido e incapaz de generar una pizca de fútbol agudo, inteligente y profundo. El San Lorenzo que lleva la firma de Gabriel Rodríguez (¿seguirá al frente si, como parece, Gallego le dice no a los pesos del Ciclón y sí a los dólares del Toluca de México?) fue, con los mismos hombres que cayeron tan bajo, un equipo diferente, mucho más paciente. Absorbió el impacto negativo del gol de Zapata a los diez minutos de juego sin enloquecerse. No tiró pelotazos para que Lavezzi y Herrera se estampasen contra la defensa de River. No equivocó pases cortos y seguros. Se animó a tocar, a abrir el juego por abajo y por los costados. Fue con Adrián González y Zabaleta por la derecha y con Barrientos por la izquierda. Por este camino, que recorrió sin renuncias, llegó la victoria cuando menos se lo esperaba.
Pero no se diría la verdad completa si no se hiciera una mención a Ortiz y a Santana. Los dos volantes de recuperación de San Lorenzo se pusieron en un bolsillo a Gallardo. No lo persiguieron, ni siquiera lo golpearon. Lo marcaron de forma tal que nunca se dejaron ganar las espaldas por el conductor de River. Y ahí estuvo la clave del resultado. River jugó sin brújula, y además no se comprometió a fondo con el partido. San Lorenzo, en cambio, dejó la piel con tal de ganar. Y ganó. Nadie puede discutirle, entonces, su derecho a la alegría.

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