FúTBOL › OPINION
› Por Diego Bonadeo
Sería casi pecar de ingenuo, sorprenderse, a esta altura del perfeccionamiento de los autocracias, que por un lado el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, dude de las posibilidades de que Brasil pueda ser escenario de la Copa del Mundo de 2014 y sugiera como alternativa la organización conjunta entre Argentina y Chile. Y por el otro desde la AFA –también desde la FIFA porque Julio Grondona es uno de sus vicepresidentes–, su titular dude de esta última posibilidad.
La razonabilidad, y uno supone que los respectivos estatutos también, monedas cada vez menos corrientes, ameritan algún tipo de debate y posterior determinación colectiva de las federaciones, en el sentido que fuere, si de proponer sedes se trata. Pero parece que no. Aunque se niegue que lo de Blatter y/o lo de Grondona son “decisiones” inconsultas. Grondona tratará de justificar como siempre que “estas cosas como tantas otras pasan por el Comité Ejecutivo...”. Y Blatter otro tanto.
Para 2014 faltan ocho años, que es exactamente lo que le queda a la sociedad AFA-Torneos y Competencias. Quizá casualidad. Quizá no. Pero dado que ni todos los brasileños excluidos tienen cubiertas las tres comidas diarias que su presidente Lula da Silva prometió durante la campaña electoral, ni los argentinos excluidos han dejado de serlo, parece casi obsceno que siquiera se barajen las posibilidades de que nuestros países organicen un Mundial para que como sucede habitualmente, se la lleven los que hacen negocios a costillas de países que pagan intereses y capitales de deudas externas, que quienes no comen tres comidas diarias y permanecen pobres o indigentes, no han contraído.
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