Los exégetas del absurdo lo siguen repitiendo como verdad revelada, especialmente en los medios electrónicos, donde la impunidad del disparate está asegurada por la tapadera del siguiente disparate. Y lo repiten aunque cada campeonato se encarga de demostrar –por si hacía falta– el tamaño del invento.

No importa: ahí siguen diciendo los comentaristas que el 2-0 “es el peor resultado”. No basta que las estadísticas a las que son tan afectos comprueben exactamente lo contrario. Insisten con esa lógica goebbelsiana que de tanto repetir una falacia la transformarán en realidad. ¿Y qué van a hacer? El fútbol, de tan noble, se empeña en no darles el brazo a torcer.

De los 29 partidos jugados hasta ayer en el Mundial, hubo 12 en los que el marcador se puso, en algún momento, 2-0. El 41 por ciento de los partidos jugados: es decir, hubo chances suficientes. Pero, ¿cuántos de esos encuentros les dieron la razón a los exégetas? ¿Cuántos de esos partidos probaron que el 2-0 es, realmente, de verdad, fetén fetén, el peor resultado del fútbol? ¿Cuántos de esos partidos consiguieron ser dados vuelta por el equipo perdidoso?

Para decirlo en criollo: ninguno. Para que no queden dudas: ¡ninguno! El recuadro lo deja bien claro. Se concede, en defensa de los sofistas, que Brasil o Portugal o Inglaterra o la misma Ghana marcaron su segundo tanto sobre el final de los partidos, sin dejarles prácticamente tiempo a Australia, Irán, Trinidad y Tobago o la República Checa, respectivamente, a reaccionar. Aun así, el porcentaje es absoluto. Ni un solo partido se dio vuelta a partir del 2-0 ni, al menos, hubo empate. Ni un solo equipo del Mundial pudo dar aún el puntapié inicial en ese aspecto.

Ni siquiera con jugadas de pelota parada.