FúTBOL › OPINIóN
› Por Daniel Guiñazú
El recuento de bajas después de los últimos diez días de fútbol llama la atención. Se lesionaron José Sand, Diego Valeri, Ariel Ortega, Augusto Fernández, Juan Sebastián Verón, Juan Román Riquelme y Gabriel Paletta. Salvo Sand y Paletta, se trata de jugadores de muy buen pie, los conductores de sus respectivos equipos. Todos sufrieron lesiones musculares. Y no es casual que todos integran equipos que están jugando Copa y campeonato al mismo tiempo.
En 49 días, Boca, River, San Lorenzo y Estudiantes, cuatro de los seis conjuntos argentinos que afrontan simultáneamente las dos competencias, jugaron once encuentros: siete por el Clausura y cuatro por la Copa. Arsenal y Lanús suman dos más, por haber participado de la primera fase clasificatoria desde el 29 y el 31 de enero, respectivamente. O sea, los plazos de recuperación son ínfimos, casi inexistentes. Pero, además, la mayoría de estos jugadores quiso estar presente siempre: en todo este tiempo, Riquelme y Valeri disputaron 10 partidos, Ortega nueve, y Verón y Augusto Fernández, ocho. No ha habido rotación. Y el desgaste lo están pagando ahora mismo. A precio alto.
El talento no les da tregua. Para ser lo que son tienen que correr y moverse muchísimo, sin descanso. Los preparadores físicos dicen que, diez años atrás, un jugador corría el equivalente de siete kilómetros en 90 minutos de juego. Y que hoy debe correr no menos de doce, si quiere tener una participación importante. Eso, dos veces por semana.
Pero, además, la Libertadores se gana y se pierde en los aeropuertos y en los aviones. Y no puede compararse el esfuerzo de altísima intensidad que demanda el máximo torneo continental a nivel de clubes, con sus 16 partidos condensados en menos de cinco meses de viajes a lo largo y a lo ancho de la América del Sur, con las exigencias de la glamorosa Liga de Campeones de Europa, que reúne sus 15 partidos en ocho meses, de septiembre a mayo, con traslados más cortos.
Tanto estrés acumulado en un momento empieza a pasar factura. Y ese momento ha llegado. Cuando la Copa entra en etapa de definiciones y el Clausura atraviesa su primera mitad, ya hay un tendal de víctimas. Y no son jugadores cualquiera. Son los mejores, los que marcan la diferencia quienes se están quedando al costado del camino, con sus músculos desflecados.
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