Los hinchas de Boca respiraron aliviados cuando a Riquelme le sacaron la tarjeta amarilla, el sábado en la cancha de River, y se enteraron de que automáticamente quedaba marginado del partido del miércoles contra los chilenos. Los hinchas de River, en cambio, lamentaron que Riquelme no llegue cansado al superclásico y, más que eso, lamentaron la posibilidad de que Basile pueda convocar a Buonanotte y lo ponga a jugar 90 minutos con los chilenos, lo cual disminuiría su potencial físico.

A los hinchas de Boca y de River (como a los de los demás cuadros) les importa la Selección, pero no tanto como el club de sus amores, sobre todo en vísperas de un partido contra el clásico rival. Mucho menos les importan las selecciones extranjeras. Por eso los de Boca no quieren saber qué pasa con Colombia o Paraguay sino con Fabián Vargas y con Julio César Cáceres. Y a los de River les pasa lo mismo con Uruguay y Abreu.

Por más bajos que anden, Boca y River siempre tienen jugadores de selección.

Los tienen en sus planteles actuales o, en todo caso, adoptan como propios a futbolistas que alguna vez pasaron por sus clubes y brillan en otros lados. Un ejercicio de imaginación nostalgiosa permitiría armar estos dos equipos mezclando los actuales jugadores de Selección y los de un pasado reciente para el devaluado superclásico del domingo que viene:

River: Carrizo; Ferrari, Ayala, Demichelis, Sorin; D’Alessandro, Mascherano, Cambiasso, Buonanotte; Saviola, Crespo o Higuaín.

Boca: Abbondanzieri; Burdisso o Daniel Díaz, Coloccini, Samuel, Monzón; Banega, Gago, Battaglia, Riquelme; Tevez o Palermo, Palacio.

El árbitro podría ser Horacio Elizondo.

Con todos estos nombres, seguro que cobraría otra dimensión el súper que se viene. Pero todo esto no pasa de un delirio y los que jugarán son los que ubicaron a River en el penúltimo puesto en la tabla y a Boca en caída libre.