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Lunes, 6 de julio de 2009

FúTBOL › CóMO SE ARMó EL VéLEZ CAMPEóN DE GARECA, EL EQUIPO MENOS VENCIDO DEL CLAUSURA

Mezcla exacta de oficio con hambre de gloria

Una sola derrota y la valla menos vencida demuestran que fue la solidez y la confiabilidad del campeón antes que el brillo de su juego o el aporte decisivo de sus individualidades lo que terminó impulsándolo rumbo al séptimo título en el profesionalismo.

 Por Daniel Guiñazú

Que Vélez haya sido el equipo que menos partidos perdió en el campeonato (sólo uno ante Gimnasia 3-1 en La Plata por la 14ª fecha), que haya tenido la defensa menos vulnerada del campeonato (13 goles recibidos en 19 partidos), que haya cerrado invicto su campaña como local (6 triunfos y 3 empates) y que haya conseguido el mejor rendimiento en calidad de visitante (19 de sus 40 puntos finales los obtuvo fuera de Liniers) dan la pauta de que fue su solidez y su confiabilidad antes que el brillo de su juego o el aporte decisivo de sus individualidades lo que terminó impulsándolo rumbo al séptimo título profesional de su historia.

Desde antes de que empezara a rodar la pelota, Vélez siempre tuvo en claro hacia adónde apuntaba. Y se armó en consecuencia. Como otros, no gastó sus billetes en incorporaciones de ocasión. Fue a buscar y trajo refuerzos donde más lo necesitaba. Por eso llegaron Sebastián Domínguez, Maximiliano Moralez y Joaquín Larrivey, aunque este último terminó como suplente. Y por eso, también, Ricardo Gareca, hincha declarado del equipo de la V, se sentó como técnico en el banco. En un triangular de verano en Córdoba, además, apareció otro soporte inesperado: Nicolás Otamendi, un chico de 21 años que apuntaló la defensa y que fue una de las grandes revelaciones del torneo.

El arranque fue flojo, con dos empates: 0-0 con Independiente y 1-1 sobre la hora ante Argentinos. Recién después Vélez se puso en marcha: le ganó con lo justo a Tigre en Victoria 2-1, goleó 4-0 a Godoy Cruz y venció a Estudiantes por 1-0 en La Plata. Ya por entonces sus cartas habían quedado claras: buena circulación de pelota, la salida por la izquierda de Emiliano Papa, la solidez en el fondo de Domínguez y Otamendi, el despliegue y el rigor en el medio de Franco Razzotti, Fabián Cubero y Víctor Zapata, y los goles del uruguayo Hernán Rodrigo López (hizo once y fue el goleador del equipo).

Luego de dos empates ante River y Central, y tres victorias ante Banfield, San Lorenzo y Arsenal, Vélez fue a Santa Fe a jugar ante Colón. Al término del primer tiempo perdía 2-0. Pero en una reacción fabulosa, dio vuelta el partido y terminó ganando 4-2 con dos goles de López, uno de Cristaldo y otro de Juan Manuel Martínez, sumando una muestra de carácter a las virtudes que ya había mostrado.

También exhibió coraje en la 13ª fecha frente a Racing en Liniers. Perdía 0-2 y logró empatar en el cuarto de hora final con un cabezazo de Sebastián Domínguez y un gran tiro libre de Zapata. Mientras a esa altura los cinco grandes ya se habían despedido de la lucha y se lamían sus heridas en soledad, la confiabilidad de Vélez lo mantenía vivo y en oposición al fútbol de alto vuelo de Huracán y Lanús.

Su único paso atrás lo dio la noche en que Gimnasia lo corrió por todos lados en el Bosque platense y le ganó, dejándolo sin invicto. Pero en las cuatro fechas anteriores a la final de ayer no aflojó: le ganó 2-0 a Boca, 1-0 a Gimnasia en Jujuy, 2-0 a Newell’s y empató 1-1 con Lanús. Sin llenar los ojos como otros. Pero con un peso colectivo, un despliegue y un poder físico que terminaron siendo determinantes a la hora de jugarse por algo más de tres puntos.

Es cierto que los partidos y los campeonatos se los llevan quienes entran a la cancha. Pero hay que admitir, en su justa medida, la cuota parte que le corresponde a Gareca en esta alegría: siempre apostó a ganador desde el banco y nunca hizo retroceder al equipo con sus cambios. Varias veces terminó jugando con tres y hasta cuatro delanteros. A su modo, Vélez fue un equipo que eligió expresarse a través del ataque. No le sobró fútbol. Pero su personalidad y la mezcla exacta de jugadores con oficio y pibes con hambre de gloria que hizo Gareca le alcanzaron para dar la vuelta olímpica que todo Liniers esperaba, y todo Patricios sufre por estas horas de tristeza y desencanto.

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Moralez acaba de impulsar la pelota hacia el arco de Monzón, mientras Eduardo Domínguez, la figura de Huracán, palpita la caída.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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