Lun 04.06.2012
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FúTBOL › OPINIóN

La última esperanza de Comunicaciones

› Por César Francis y Claudio Giardino *

Son momentos deportivos de tensiones y emociones a borbotones. Salir campeón, el descenso directo, la promoción, el permanecer en la categoría... Todo parece decisivo, esencial, pero en verdad solo se trata de la competencia y sus consecuencias, y ya sabemos que siempre en el deporte hay revancha. Siempre, más tarde o más temprano. Pero mientras la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), los árbitros, los dirigentes y los jugadores (estos últimos cada vez en menor medida) hacen lo suyo, o lo que les dejan hacer, hay un club que se está jugando la vida, pero no en sentido metafórico sino literal, y ese club que se está jugando en un escritorio judicial su subsistencia o extinción es el querido y glorioso Club Deportivo y Social Comunicaciones.

Ahí sí que no hay chances de revancha si la mano llegara a venir cambiada. Ahí sí el tradicional “no va más” del casino es un no va más de verdad y la revancha se borrará de los diccionarios por los menos para los socios del club de los carteros.

Comunicaciones está pagando las consecuencias de una AFA que, desde que llegó Julio Grondona, no cuidó la economía de los clubes, dejando que las deudas de los mismos llegaran a rozar el lejano planeta de Plutón bajo el concepto maquiavélico de “mayor endeudamiento, mayor dependencia del poder de la calle Viamonte”. También el querido Comu paga las consecuencia de la falta de participación y compromiso de los años ’90, el vaciamiento del Correo Argentino, de donde provenía la mayoría de sus asociados, el desdén hacia los dirigentes comunitarios, y terminó como terminan estas cuestiones: con deudas impagables, ejecuciones y embargos varios, y la quiebra como el manotazo de ahogado tan desesperado como esperanzador.

Pasaron más de diez años de sometimiento al régimen de quiebra especial para clubes. En estos diez años, ni la AFA ni el vicepresidente de la FIFA ni el resto de los dirigentes de los clubes ni el Poder Judicial ni la mayoría de sus socios e hinchas hicieron lo suficiente en más de una década para rescatar al club, hasta que la reserva de los minutos comenzó a encender el alerta, y fue entonces que salieron todos de la anestesia que suele venir cuando nos creemos inmortales, y al despertar se dieron cuenta de que los cuervos ya no sobrevolaban el club sino que se habían apostado en los árboles, instalaciones y alambrados de Comu para estar prontos a iniciar el vuelo mortal hacia la presa.

Y aquí estamos, esperando una resolución de la Cámara Comercial del Poder Judicial de la Nación que debe dirimir entre dos ofertas: la de la mutual del gremio de camioneros y la del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (una ley de los legisladores Bisutti, Ibarra y Screnci), en este último caso para que el club siga como tal, sin perder su ADN y resguardando la identidad porteña. En las últimas horas también surgió una tercera posición, gracias a una petición formulada por Delia Bisutti y Aníbal Ibarra, que entienden que gracias a la ampliación de nueve a doce años del plazo del régimen especial de quiebras para clubes, aprobado por el Congreso Nacional, a Comu le correspondería gozar de este beneficio y contar con tres años más para intentar levantar la quiebra por su propio esfuerzo.

Tres posturas disímiles se disputan el futuro de Comunicaciones; todas resguardan el derecho de los acreedores, pero sólo dos preservan y cumplen con el objetivo de la Ley Especial de Quiebras para Entidades Deportivas: esto es, que el club siga siendo una entidad sin fines de lucro y sean los socios sus únicos dueños.

Un país que no tuvo reparos en salir en auxilio de bancos privados después de que éstos se habían quedado con el fruto del esfuerzo de millones de argentinos, que no dudó en apoyar y subsidiar a empresas privadas para comprobar que esos recursos iban a los bolsillos de algunos vivos en detrimento de la mayoría del pueblo, una ciudad que cada vez recauda más para brindarle a sus habitantes servicios cada vez peores, no pueden darse el lujo de permitir que un grupo se apodere del esfuerzo de miles de personas que durante años llevaron adelante un proyecto comunitario privilegiando el bienestar social por encima del particular. Por más poderoso que sea ese grupo.

Los clubes son como los padres o un gran amigo: cuando desaparecen dejan un espacio vacío que nada ni nadie puede llenar, y la Cámara Nacional en lo Comercial Sala “D” tiene la posibilidad, dentro de la más absoluta legalidad y legitimidad, de cambiarle el final a la película Luna de Avellaneda. Esto es, que los socios de Comu no deban fundar un nuevo club, que nunca podrá llenar ni reemplazar el vacío y la mutación que deje el querido Comunicaciones para el caso de que el cuervo llegara a apresarlo. Por eso, tomemos de conciencia de que todos somos Comunicaciones.

* Titulares de la Asociación Todos por el Deporte.

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